Capítulo I: Tulipanes azules

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Hago una mueca al examinar la pastilla en mi mano.

Una sola. Es todo lo que queda.

Estúpida anemia, me tenía aferrada al hierro y a las vitaminas.

¿Por qué justo ahora? ¿Por qué no el mes que viene? ¿O un año antes? A estas alturas, lo tendría superado. Pero no, aún se sumaban las semanas con esta situación.

Aunque mi estado ha mejorado gradualmente, no dejo de sentirme cansada o fatigada en momentos puntuales. O como prefería justificarlo mi mamá, 'con pereza'. A los inicios, ella siempre definía mis síntomas como 'floreja'. De cierto modo, algunas cosas sí me daban flojera. No obstante, la palidez, las nauseas y mi falta de aliento, nos indicaron otra cosa.

Eso lo provoca la anemia ferropénica: Cuando hay deficiencia de hierro en el organismo y no se producen suficientes glóbulos rojos.

Pese a ello, es una enfermedad que en términos generales y positivos, es probable recuperarse en pocos meses.

Sin embargo, ¿realmente tengo esta enfermedad cuando, por fin, puedo hacer realidad el sueño que mantengo desde mis quince años?

Me llevo mi último suplemento de hierro a la boca e ingiero dos dedos de agua. No me refiero a él, como 'último', por haber culminado el tratamiento. Ojalá. Me refiero a que es el último que resta del frasco. He estado estresada los últimos días, y olvidé por completo comprarlo. Con suerte, hoy consigo al ir al hotel.

¿Qué es lo peor que podría pasar?

Es patético admitir que tengo planeado todo para hoy. Y ya he puesto los primeros pasos en marcha: ducharme y vestirme. Por supuesto que es natural hacerlo, qué desagradable sería si no. Lo cierto es, que hoy vestirme es más importante que el resto de los días porque hay un 70% de posibilidades de que hoy Alex Donovan me mire por primera vez. Al menos, de soslayo, pero puede que lo haga. Entonces, la ropa en cuestión, se vuelve lo más relevante.

Siempre he amado el clima frío, aunque no lo conocía hasta que llegué, como siempre he soñado la idea con vestirme de ropa de invierno. Que compré cuidadosamente unas semanas antes de llegar.

Finalmente, me cubro con mi ropa de un exquisito olor a nuevo. Es gratificante el aroma. Debería haber una fragancia que emane tal sensación. Mi atuendo consiste de un jean holgado, una franelilla cuello tortuga rosa pálido y un abrigo negro que llega hasta mis rodillas. Además de mis botas oscuras viejas, no son lo más novedoso, pero la comodidad en los pies es lo primero.

He ondulado mi cabello castaño cuidadosamente durante la noche para que luzca fresco y natural, solo espero a que no llueva hoy. Entonces, me examino en el espejo y me agrada lo que veo. Una chica menuda, de pómulos altos y sonrosados; de ojos miel y pestañas saltarinas, labios coloridos al natural, y un outfit de ensueño que seguramente verás en Pinterest.

Bajo al restaurante del hotel donde me hospedo. Me siento emocionada porque no tengo a mi a mamá espiando a mis espaldas que comeré o no, aunque la dieta alimenticia que me han indicado es para mi bien. Sin embargo, comer en el hotel deja de ser una opción al ver los precios y mi presupuesto. Entonces, opto por comerme algo económico, y medianamente saludable, en las afueras.

No contengo chillar por lo bajo al pensar que respiraros el mismo aire. El y yo. De inmediato, me siento tonta. Volví a tener catorce años.

La información en el grupo de seguidores indica que Alex llegó antes de lo previsto y fue imposible asistirlo en el aeropuerto, algunos lo esperarán desde mediodía en el hotel donde se hospeda —que no es muy lejos de dónde me encuentro—, y otros ya se encuentran allí.

Melodías de engañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora