Capítulo III: Alguien que lo tiene todo

1 0 0
                                    


**ALEX DONOVAN**

Hay cosas que evito pensar y de las que no me gusta hablar, y el tema más común siempre es ella: mi madre.

Sé que han pasado dos años y que en ese tiempo la vida ha seguido su curso, y el mundo continúa como debería. Pero para mí, se detuvo en el momento en que ya no la tenía.

Desde ese día, soy un hombre muerto por dentro, sin emociones. Solo la música logra despertar algo en mí, aunque en muchos casos no es suficiente. Me vi forzado a seguir con mi carrera, porque eso era lo único que me ayudaría a pagar mis deudas como alcohólico. Después de perder a mi madre, me convertí en todo lo que ella despreciaba: me volví como mi padre, alguien ausente, sin emociones y con adicciones.

Ya no hablo con mis hermanos, o mejor dicho, ellos decidieron dejar de hablarme a mí. Dicen que me volví arrogante y vacío, y tenían razón desde el principio.

Ser el hijo menor me convirtió en el consentido, en el niño privilegiado, con lo mejor de todo. Raramente medía las consecuencias de mis acciones y disfrutaba de que todos giraran a mi alrededor para satisfacer mis caprichos. Cuando mamá estaba, lo era aún más, pero después de su partida, me volví aún peor.

Solo pensaba en mí, y eso me resultaba desagradable. Me despreciaba a mí mismo. Cada mañana, al mirarme en el espejo de una habitación desconocida y solitaria, casi no podía soportar la sensación. Por eso me embriagaba cada vez que tenía la oportunidad.

No debería hacerlo, la disquera no lo desea, pero lo hago en secreto, cuando nadie me ve, para evitar escándalos. Ese día en la cafetería, cuando vi a la chica de ojos brillantes mirándome en una imagen desfavorable de una revista de chismes, la odié.

No había nada de bueno en el hombre que ella estaba viendo. Todo era una mentira.

Ella tenía razón; la descargué sin motivo. La traté mal, fui cruel y la humillé. No me importó, al menos no demasiado. Pero después de todo, no soy inhumano y le puse límites; sabía en la floristería que debía ponerme un límite con ella. Ya que las mujeres son más vengativas y malvadas de lo que parecen. Ella quería regalarme flores, me parecía gracioso. Mamá decía que las flores eran para los muertos; ella prefería cosas que pudiera disfrutar.

Ayer, llevé a mi madre las flores blancas, pero no fui capaz de decir nada, ni siquiera que la amo y la extraño mucho. Porque ya no soy el hombre que ella quería que fuera. Porque si me viera, estaría decepcionada.

Acepté que esta chica llena de ingenuidad me regalara las flores; después de todo, yo estaba muerto por dentro desde hacía mucho tiempo, y no me sorprendía. He colocado un florero junto a mi mesita de noche. Son hermosas, incluso aunque estén torcidas, ya que en su arrebato, decidió tirarlas.

¿Qué culpa tenían las flores?

En fin, soy incapaz de culparla. Fui terrible, y la culpa me llevó a comprometerme con ella. ¡Besarla! Qué tontería, no quiero besar a una fanática ilusa.

El momento que estuvo a mi lado, sentados en la cama, pareció romper la barrera y habló desde el corazón. Dijo todas esas cosas sobre mí, cosas buenas y verdaderas. Vio color en lo gris y luz en la oscuridad. Solo mamá tenía ese don, y que ella me dedicara esas palabras era traerla de vuelta. Mamá tenía la capacidad de esperar lo mejor de alguien, incluso cuando su peor versión estaba a la vista.

Me fijo en las flores, y al mirarlas con detalle, veo que llevan un mensaje. Me acerco y lo leo.

"Hola, Alex.

¿Qué le regalarías a alguien que lo tiene todo? Esa era mi pregunta antes de comprar estas flores.

No puedo darte todo lo que tú me has dado: inspiración, fuerzas y alegría. Tampoco puedo compensarte con cosas materiales, pero espero que esto signifique algo para ti, porque tú significas mucho para mí.

Melodías de engañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora