Capítulo 1

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Año 1522

Era un bello día, lo que parecía que era un buen presagio. Desde hacía casi un mes que sólo buenas noticias llegaban al rey Jael, cuando el reino de Antino logró recuperar la frontera sur, que desde hacía diez años era el frente de batalla con el reino de Iuno, que intentaba conquistar los reinos cercanos en un claro afán de expandir su poder. Tras aquella noticia, el rey, quien llevaba meses dirigiendo personalmente la batalla, finalmente podría volver a Badé, la capital, volver con su amada reina, que tenía apenas tres meses de embarazo cuando él había partido.

Tras cerca de dos semanas en que él, junto a una gran caravana de heridos, abandonaron el campo de batalla para dirigirse a Badé, finalmente llegaron, iban a paso lento, lo que normalmente habría demorado cerca cinco días se convirtió en un largo viaje, dos semanas en que él deseaba todos los días poder llegar lo más pronto que le fuera posible. La emoción que él sentía no era poca, ya podía ver a lo lejos, quizás a dos horas de camino, las murallas de la ciudad, y a cada paso que su caballo daba, más aumentaban las ansias por llegar. Cuánto daría por haber podido adelantarse a la caravana, hacer correr a su caballo y llegar más rápido con su amada: pero él era el rey, y debía acompañar hasta el final a quienes sirvieron en la batalla.

Esas últimas horas fueron las más tortuosas. Tras llegar frente a la catedral, dirigió unas palabras a todos aquellos nobles hombres que arriesgaron sus vidas por el reino Antino, una oración de agradecimiento por todos aquellos que perecieron en la batalla, y otra por aquellos que se quedaron en la frontera sur, para protegerla.

Después de su discurso, y de haber ordenado que todos los médicos de la ciudad atendieran a los heridos, no tardó en hacer correr a su caballo hasta el palacio, tampoco se molestó en ocultar sus ansias, pues todos en Badé sabían de la gran devoción que el rey Jael le tenía a la reina Priscilla, devoción que había aumentado desde que se supo que ella estaba embarazada.

Tras llegar al palacio, bajó de su caballo, ordenó al Caballerizo mayor que lo llevará a las caballerizas, y corrió hasta sus aposentos. Cerca estaba de llegar cuando escuchó un grito que le erizó la piel, se detuvo un momento para averiguar de dónde provenía. Otro grito surgió, y él supo que era su reina quien estaba gritando, con la sangre congelada de la preocupación y del miedo, se apresuró más en llegar, y en la puerta de su habitación se encontró con el Mayordomo y la Camarera mayores, junto a los porteros.

­—¿Qué está sucediendo? —preguntó alterado.

—Bienvenido, Su Majestad— respondió el Mayordomo mayor­­—. Su Majestad, la reina Priscilla, entró en labores de parto hace cerca de una hora, el médico la está atendiendo.

El rey intentó calmarse ante la noticia, se recordó que debía mantener la compostura, por lo que respiró hondo para poder tranquilizarse, antes de preguntar: —¿Y qué ha dicho el médico? ¿Ella cómo está?

—El médico ordenó que nadie entrara sino hasta que la reina hubiere dado a luz, para evitar que la presencia de más personas la altere.

Cerró los ojos, e intentó respirar lentamente para poder tranquilizar su agitado corazón. Cuando ya se hubo calmado, abrió los ojos, y por fin pudo hablar—Entiendo, bien. Estaré en mi estudio, ante cualquier situación, búsquenme ahí— Y dicho esto, se alejó para no sufrir escuchando cómo gritaba su reina. El parto podría tomar muchas horas, y no creía que fuera tan fuerte en espíritu como para soportar escucharla gritar todo lo que durara.

Al llegar a su estudio, se sentó y esperó, esperó sin pensar en nada y pensando en todo a la vez. Estaba ansioso por el nacimiento de su hijo, el heredero al trono, aquel que le sucedería cuando él muriera, pero, en realidad, su emoción era porque ese hijo representaba el fruto del amor que ambos se tenían, ansiaba de todo corazón que tanto Priscilla como su hijo sobrevivieran al parto, y poder entregar todo el amor que él sentía por ambos.

PerdónalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora