Por los pasillos del palacio reinaba el silencio, los sirvientes hacían sus labores con suma cautela, pues era la hora en que la princesa Arisbeth tomaba clases con la Camarera mayor, era sólo una niña y debía haber tranquilidad para no distraerla.
De pronto, se comenzaron a escuchar gritos, sonidos de zapatos corriendo junto con el de unos piecitos descalzos, además de una risa cristalina y contagiosa, todos giraron sus cabezas para ver de dónde provenían tales ruidos.
— ¡Su alteza Real, deténgase, por favor! —Gritaba una joven mientras corría detrás de una pequeña niña de tan sólo seis años, que sólo reía divertida por hacer rabiar a las criadas— ¡No se acerque al estudio! ¡La Camarera mayor está con la princesa Arisbeth!, ¡no debe molestarlas! — Siguió gritando. Se preguntó cómo es que una niña tan pequeña como ella podría ser tan rápida.
La persecución continuó hasta que Mara terminó impactando con su hermana Arisbeth, quien había salido del salón junto a la Camarera mayor al escuchar el escándalo afuera. Ambas cayeron al suelo y comenzaron a llorar al unísono. Mara llevó sus manitos a su nariz, le dolía mucho. Entonces sintió algo caliente bajar desde ella, y observó sus manos: estaban llenas de sangre, eso la asustó mucho, y comenzó a llorar con más fuerza. Arisbeth, por su parte sostenía su mano contra su pecho, mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, en un intento por calmar el dolor que sentía.
—¿Qué está pasando aquí? —Se escuchó una voz solemne que venía desde el pasillo. De pronto todos se quedaron en silencio, las niñas dejaron de llorar y observaron con atención a su padre— Alguien que me explique qué está pasando.
La criada le explicó al rey lo que ocurrió, y éste, al enterarse observó fríamente a Mara hasta que ella devolvió la mirada, la obscuridad de sus ojos hizo que al rey se le helara la sangre, por lo que cortó el contacto visual rápidamente.
Fue entonces cuando vio a Arisbeth sentada en el suelo, con una mueca de dolor. Preocupado, se acercó a ella, y la cargó en brazos— Hija mía, no llores, por favor— le dijo, mientras se alejaba por el pasillo en dirección a la habitación de Arisbeth y hacía llamar al médico de la familia para atender la torcedura de su muñeca.
Mara quedó en el suelo, intentando limpiarse la sangre que seguía escurriendo de su nariz, mientras su pequeño corazoncito se encogía por la indiferencia de su padre hacia ella. Entonces comenzó a escuchar pequeños murmullos de los sirvientes «ella siempre provoca problemas», «desde que nació no trae más que amarguras», «por eso se llama Mara», «parece que está maldita». Ella ya había escuchado comentarios como esos anteriores, y muchos eran peores que lo que acababa de escuchar, pero nunca entendió a qué se referían hasta ese momento. Eso sólo hacía que sus sollozos se acrecentaran.
De pronto vio unos pies acercarse donde ella, levantó la mirada, era la Camarera mayor de su hermana, que la miraba con reproche— No entiendo por qué su Majestad se rehúsa a que yo la instruya, usted realmente necesita aprender a controlarse, con la risa que tiene parece que están criando a un salvaje— Lo dijo con voz fuerte, de manera que todos pudieron escuchar lo que le dijo. Mara ya no sólo sentía dolor y tristeza, ahora, además, sentía vergüenza.
Con el rostro rojo, quizás por la sangre, quizás por el bochorno que acababa de pasar, se puso de pie y corrió. Corrió sin rumbo fijo, sin importarle que la vieran, corrió hasta que sus piernitas no pudieron más, entonces decidió esconderse en la biblioteca, porque sabía que pocas personas entraban ahí y tenía la esperanza de poder estar sola.
Se escondió detrás de un librero, sentada en el suelo, escondió su cabeza entre sus rodillas y siguió llorando. Siempre se preguntó por qué su padre la trataba distinto a su hermana. Pensaba que era bueno que su padre le permitiera hacer lo que quisiera, que nadie le dijera qué hacer, que la Camarera mayor no le enseñara el protocolo, que no tuviera preocupaciones como su hermana, quien siempre estaba rodeada de personas diciéndole qué hacer o cómo comportarse. Pero por la mirada que le dio su padre, por la indiferencia con la que la había ignorado a pesar de que estaba sangrando, se dio cuenta de que no era bueno, no, al contrario, a su padre no le importaba lo que ocurriera con ella. Y su corazón dolió mucho por la realización, porque se dio cuenta de que estaba sola, su padre no la quería, su hermana estaba muy ocupada en sus labores de princesa como para pasar tiempo con ella, y parecía no agradarle a ninguno de los sirvientes, como si le tuvieran miedo.

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Perdónalos
Teen FictionLa infanta Mara ha traído amargura a su padre y al reino de Antino desde el momento en que nació. Debido a esto, el trato que su padre le da es muy diferente al que le da a su hermana, la princesa Arisbeth, lo que provoca gran resentimiento en el co...