Capítulo 2

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Enero, año 1543

Un joven se paseaba tranquilamente por las ruinas de la ciudad. La calma reinaba por todo el lugar a pesar de que, irónicamente, a un par de kilómetros se llevaba a cabo una batalla por recuperar las ruinas de Midra.

Caminaba por lo que antes habían sido calles llenas de gente, y que ahora solo parecían el fantasma de lo que alguna vez fueron, lo que antes fue una herrería, una panadería, el mercado, una pequeña plaza. La ciudad completa estaba en ruinas, la gran mayoría de los edificios no conversaban su fachada exterior.

Entró a las ruinas de lo que anteriormente había sido una casa de dos niveles, aunque ahora sólo quedaba el esqueleto, y desde el segundo nivel observó. El sol brillando, el cálido viento de verano soplando, los pájaros cantando y danzando por los aires, lo que contrastaba inmensamente con la desolación que provocó la batalla en lo que había sido una próspera ciudad. Cerró los ojos por un momento, y dejó que el viento rozara su cuerpo, su rostro, y lo disfrutó, dejó que su mente volara hacia otro lugar, un lugar en que habría muchas flores, y el sol quemaría ligeramente su piel. Abrió los ojos, el contraste entre su imaginación y la realidad era devastador.

Salió de esas ruinas, y comenzó a vagar nuevamente, pensando en cómo había sido la vida en esa ciudad antes de la invasión de Iuno, qué había pasado con todas esas personas que antes vivían ahí, si habrían muerto en la invasión, si habrían logrado huir, y si lo hubieran hecho, ¿extrañarían su antiguo hogar? Esas preguntas sólo lograban sobrecogerle el corazón.

Tan ensimismado estaba en sus pensamientos, que no se percató de que alguien lo seguía, hasta que lo sintió justo detrás de su espalda. Alcanzó a reaccionar y sacó su espada, sintiéndola chocar con otra. Ambos contrincantes se quedaron quietos unos segundos, examinándose, el muchacho se dio cuenta de que la armadura que vestía esa persona era del reino aliado: Antino. Se preguntó por qué alguien del reino de Antino atacaría a alguien del reino de Emino, pero esa pregunta duró poco, en ese momento, sólo estaba centrado en la batalla que sabía que se avecinaría. Su corazón comenzó a latir un poco más deprisa por la ansiedad que le provocaba saber que estaba en una lucha de vida o muerte. Le tomó sólo un segundo analizar a su enemigo, su estatura y musculatura era similar a la suya, lo que, junto a su conocimiento por años de entrenamiento en combates, le tranquilizó un poco.

Comenzaron a luchar, una lucha en que ambas partes tenían las mismas posibilidades de ganar que perder, el muchacho luchó con todas sus fuerzas, porque sabía que, a diferencia de todos esos años entrenando, esta vez era real, esta vez sólo había una posibilidad, uno de los dos moriría.

Despejó su mente de todo pensamiento innecesario, y se concentró en leer a su oponente, en tratar de adelantarse a cada paso que diera, tal y como le habían enseñado todos esos años de entrenamiento. Y eso dio resultado. Pronto vio cómo empezaba a tener la ventaja, cómo su contrincante empezaba a retroceder. Sí, podían tener cuerpos similares, pero no tenían la misma formación, y eso le fue obvio.

Pero, entonces, dio un mal paso al intentar esquivar una de las estocadas, sus pies tropezaron con una piedra y cayó hacia atrás, su espada salió volando lejos de sus manos, y supo en ese instante que iba a morir. Su corazón dolió por la realización, y sólo pudo pedir perdón a Dios por todos los pecados que había cometido en su corta vida, y cerró los ojos esperando su muerte.

Pero esta no llegó, en cambio, escuchó el sonido de espadas chocando insistentemente, como si se estuviera llevando a cabo otra lucha. Abrió los ojos, y lo que vio le sorprendió: un hombre mucho más pequeño y esbelto estaba luchando con quien casi fue su verdugo. Pudo deducir que tenía un gran entrenamiento y que era un espadachín talentoso. Quizás podría no ser el hombre más fuerte en esa batalla, lo que era evidente a sus ojos, pero sí era increíblemente ágil y rápido.

PerdónalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora