Capítulo 3

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Tardaron poco más de una hora en llegar al campamento de batalla del reino de Antino, el viaje fue silencioso, pues acordaron tácitamente hablar lo menos posible frente al espía del reino enemigo, ninguno quería que él también descubriera el secreto de Alaia.

Tras llegar al campamento, ella los dirigió hacia la tienda de campaña del general Santiago. Los hizo pasar, mientras se anunciaba. El general Santiago, al escucharla, hizo que todos los presentes salieran de la tienda y prestó atención. Enrique se detuvo unos pasos por detrás de ambos, mientras ella explicaba lo que había sucedido con el prisionero. Después un leve asentimiento de entendimiento del general, éste alzó la voz para que los guardias que estaban afuera de la tienda entraran y se llevaran al espía. Cuando ya se lo habían llevado, ella le hizo un ademán con la mano para que se acercara.

-Él es de quien le hablé, mi general, es el capitán Enrique de Venia, del reino de Emino- Enrique hizo una reverencia. El general le hizo un corto interrogatorio relativo a la razón sobre por qué se encontraba en ese lado de la ciudad tan alejado del campamento del reino de Emino, a lo que él respondió con la misma respuesta que le dio a Alaia un par de horas antes.

Tras el corto interrogatorio, el general hizo ademán de que se podían retirar mientras comenzaba a leer unos papeles que había encima de la mesa. Enrique estaba dispuesto a retirarse, pero Alaia lo sostuvo de la muñeca e hizo que se girara para observarla. Levantó una de las cejas, extrañado por el comportamiento de la chica.

—Hay algo que me gustaría solicitarle, mi general— Éste levantó la mirada de los papeles que estaba leyendo y la dirigió hacia ella, también extrañado.

— ¿Qué es?

— Me gustaría solicitar el puesto de custodia de la ribera del río Biba, señor.

—¿Hay alguna razón en específico por la que yo debería ceder ante tal petición? — preguntó, mientras apoyaba ambos codos en la mesa y entrelazaba sus manos, sosteniendo el mentón en ellas.

Entonces ella soltó su muñeca, y se acercó con demasiada familiaridad al general, hasta el punto en que pudo susurrar algo en la oreja de éste sin que Enrique pudiera oírlo.

Alaia se alejó, y el general la miró un tanto preocupado— ¿Lo dices en serio? —Ella asintió—Entonces, está bien, te otorgaré ese puesto por lo que dure nuestra permanencia acá – Dicho esto, cogió una hoja en blanco, escribió algo en ella, la metió en un sobre y le puso su sello, para luego entregársela a la muchacha.

— Muchas gracias, mi general—dijo, mientras volvía a sostenerlo de la muñeca y lo jalaba hacia afuera de la tienda. Él sólo pudo seguirla, no quería perderse en un lugar que desconocía.

Ambos caminaron un par de minutos entre muchas tiendas, hasta que ella se detuvo cerca de una de la que podía sentir un exquisito olor. Entonces se dio cuenta de que tenía hambre, pues llevaba muchas horas sin comer.

Se adentraron en la tienda, Alaia soltó su mano y se acercó al que, él dedujo, era uno de los cocineros.

—Dos raciones, por favor.

— ¿Qué hora crees que es? El almuerzo fue hace dos horas, tuviste que estar ahí cuando lo repartimos— Respondió el hombre, con un tono enfadado. Él entendió un poco cómo debía sentirse el cocinero, cocinar para miles de hombres no era algo fácil, y que llegaran dos personas tarde a exigir un almuerzo definitivamente lo enojaría mucho.

— Acabamos de volver de una misión desde el lado este de la ciudad, la misión fue encomendada por el general Santiago, no pudimos volver a tiempo—dijo ella, con voz serena.

Enrique pudo ver cómo el hombre pensaba bien en qué responder, éste soltó un suspiro y se giró hacia el caldero— Esperen un poco, calentaré las sobras.

PerdónalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora