Pastel de sardinas caramelizadas

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Comer tanto terminaría por reventarlo y, si ese no era el caso, siempre podía ganar una cifra más tras subirse a la balanza. Chanyeol y el embarazo lo tenían con los pelos de punta. Primero, porque hacía un mes desde la última vez que pudo dormir correctamente; segundo, porque se le hincharon hasta los pies de todo lo que tragó y lo que quedaba por tragar; y, tercero, porque Chanyeol todavía no llegaba con su petición especial o, en términos prácticos, la del bebé.

El pequeño en su vientre estaba lejos de ser una cereza, un pimiento o un mango, por el contrario, era una mazorca hecha y derecha, al menos eso era lo que mencionó el ginecólogo en la más reciente ecografía, añadiendo que el pequeño se encontraba dentro del tamaño ideal y que, curiosamente, la nariz de éste tenía toda la pinta de ser tal cual la de Chanyeol.

¿Por qué ese pequeño renacuajo no se parecía un poco más a sí, si el que lo tenía que cocinar por nueve meses completos era él y sólo él?

Era injusto.

Pero más injusto resultaba estar superando la semana veinticuatro sin problemas y tener que engullir toda clase de tonterías tan tarde por la noche sólo para darle en el gusto al pequeño, pequeña o lo que fuese. Entre sus divagues y riñas mentales, porque realmente se sentía sobrepasado por la realidad, Baekhyun recibió una llamada del padre de su hijo, que parecía muy acalorado al saludarlo apresuradamente.

—¿Prefieres cerezas, frambuesas o fresas?

—La que sea y, por favor, un antiemético, porque terminaré vomitando con tanta mierda.

—Tranquilo, no tardaré en llegar, tengo el auto a la vuelta de la esquina.

Sin despedirse ni preguntar por nada más, Chanyeol finalizó la llamada y, nuevamente, Baekhyun tuvo que optar por debatir contra sí en una especie de intento por mantenerse despierto y así poder dormir todo lo que quedaba de noche. Que no era demasiado, considerando que eran las una y que le costaría bastante pegar un ojo con el estómago lleno.

Ni siquiera disfrutar de su último día de semana libre era capaz, por culpa de los caprichos de un no nato.

—Maldito hijo de puta... —murmuró, recostándose para dejarle el peso del bebé al sofá.

Estar hambriento, adolorido, somnoliento y embarazado, era la peor combinación del mundo y todo le tocaba a él, su frágil cuerpo y su pésimo temperamento. Aunque había algo peor, escondido entre sus entrañas, un bebé que pataleó desde el interior con intenciones de escudar al padre que no le daba cobijo. Podía ser la insistencia o la necesidad del plato de cinco estrellas que se había inventado para aquella ocasión, pero la realidad era otra, ese bebé era un vendepatrias.

Soltó un quejido al escuchar el movimiento de la chapa y la entrada de Chanyeol, la bolsa de las medicinas era lo importante—. El farmacéutico recomendó tomar una por hoy y que, si resulta, no sigas mañana.

—Me va a decir un tipo con certificado qué hacer —gruñó—, ¿hay alguna tecnología actual que me permita traspasar esta bestia a tu cuerpo? Mínimo podrías cargar con él los meses que vienen por delante.

Chanyeol sonrió, depositando la bolsa sobre el regazo del embarazado y un beso en la frente, antes de encaminarse a la cocina y ponerse el mandil que había comprado específicamente para sus madrugadas como el chef personal del mayor. Cada nueva petición a la carta le resultaba sublime y desesperanzador, todo en uno, pero agradecía que fuesen un asco, porque realmente no sabía ni cocinar un huevo duro y, esforzarse en hacer la mayor mierda del mundo, a la que su hijo le llamaba comida, para poder ver el rostro de Baekhyun por fin encontrando la calma, era impagable.

Si Baekhyun le decía que era un buen cocinero, entonces lo creía y se le inflaba el pecho de orgullo.

Dado a que sus aptitudes culinarias reales estaban al debe, Chanyeol optó por comprar un pastel previamente cocinado de los miles que producía la panadería dos cuadras abajo. Le gustaba el sabor a cereza y esperaba que a Baekhyun también. El trozo de masa rellena con crema batida de sabor al gusto, tenía una decoración tan pulcra que lo hacía lucir fino sin serlo, el perfeccionismo coreano estaba a otro nivel, pero lo que superaba aquella delicadeza eran las grandes manos de Chanyeol, arruinando el arte pastelero con la más grande aberración hasta el momento: sardinas enlatadas remojadas en un caramelo instantáneo que encontró de pura suerte, calentadas en un microondas al borde de lo defectuoso y con los ojos muertos y brillantes producto del azúcar recalentada. De no ocurrir una intoxicación alimentaria estaba claro que tanto Baekhyun como el niño tenían los genes estomacales más fuertes del planeta.

Antojos de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora