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Levi y yo salimos de la cabaña cuando todos se dirigían al comedor para la cena. La anestesia había pasado y sentía un incómodo dolor en las costillas, pero no era nada que me impidiera caminar. Además, la intriga sobre el telón alejaba cualquier otra cosa que pudiera sentir.

Supuse que me llevaría a ver a Pantera, tal y como se lo había dicho Julian. Ya era hora. Estaba ansiosa por saber quién era ella y por qué había tanto misterio relacionado a su persona.

Esa incertidumbre que experimentaba se transformó en confusión cuando me di cuenta de que íbamos hacia la cabaña de metal. Quise preguntar algo, pero ni mi boca ni mi mente me lo permitieron.

Las ansias aumentaron.

Nos detuvimos frente a la puerta. El comandante le dio unos toques. Pasados unos segundos, nadie abrió, así que él se encargó de abrirla para hacerme pasar.

La piel se me erizó al atravesar la entrada. Las paredes eran enteramente de color plateado; había un pequeño y gastado refrigerador contra una de ellas, y algunos sofás se hallaban dispuestos en el centro. No había ninguna cama ni nada relacionado a los muebles básicos de una habitación.

Era un sitio vacío y deprimente.

Seguí observando hasta que di un par de pasos hacia atrás por el susto. En una esquina, frente a un gran espejo ovalado, sentada sobre un pequeño banco de madera perteneciente a un viejo peinador, estaba una mujer. Y me miraba a través del espejo. ¿Me miraba? Tuve la impresión de que sí, pero no estaba segura.

Estaba ocupada peinando con delicadeza su largo y lacio cabello negro azabache. Solo movía los brazos, pero lo hacía con cierta gracia, aun cuando los mismos parecían débiles.

Reconocí los pálidos nudillos y las largas uñas, por supuesto, porque era la mujer con la que Levi había estado aquella madrugada.

—Pantera, ella es Drey —habló el comandante.

La mujer dejó a un lado el cepillo y se levantó del asiento para dar la cara. A la primera mirada que le echabas, dejaba una perturbadora sensación de impresión. No había nada común en ella, y comprendí por qué ni siquiera Ecain había querido mencionarla.

El iris de sus ojos tenía una tonalidad lechosa. En sus sienes resaltaban dos cicatrices redondeadas y abultadas, muy parecidas a quemaduras. El cuerpo era esbelto y proporcionado, pero tenía un aire frágil, enfermo, casi angustiante. Apartando eso, su rostro exhibía una belleza indiscutible. Entendí entonces por qué el comandante mantenía una relación con ella, era hermosa. Había algo trágico pero hermoso en ella.

La misteriosa mujer se aproximó con un sugerente contoneo. Sobre su escuálido cuello reposaba un bonito collar plateado que casi parecía de metal, como todo a su alrededor.

—Conozco a Drey —dijo—. Sentí su llegada.

Su voz era suave, penetrante, instigadora y también reconocible para mí. Era la misma que había escuchado en los laboratorios, la de aquella mujer que nunca pude ver.

De inmediato, el recuerdo de las palabras de Carter llegó a mi mente:

«Quería infiltrarse. De no ser por Pantera, jamás lo hubiésemos sabido. No se están resguardando del todo bien las entradas, pero qué suerte que fue muy tonta, porque quiso entrar atravesando la fosa del Este. Ni siquiera merece vivir».

Pantera. Ella les había informado sobre mi caída en la fosa, pero, ¿cómo? Por lógica solo habría podido saber en dónde me encontraba si me hubiese visto caer, pero nadie lo había presenciado. Entonces ella... había sentido mi llegada.

ASFIXIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora