Alessandro.
Me gusta tener el control y, cuando me expongo a que me lo arrebaten, lucho con fuerza y hago lo posible para recuperarlo.
Y sé qué, justo ahora, aún si no conozco a la perfección el lugar dónde me encuentro, tengo el control de la situación.
Solo me basta con mirarla para saber que tengo el control de esa mirada agitada que en segundos me reconoce como una amenaza. Solo que no la deja caer como me lo espero, ni tampoco trata de evitar que la observe. Hace todo menos eso. Me reta, me insta a seguir con esto.
Y nunca me ha gustado tanto un reto como este.
He visto mujeres hermosas a lo largo de mi vida. He admirado a muchas de ellas en público y en privado también. Sin embargo, la belleza angelical y al mismo tiempo salvaje de mi contraparte en este negocio es difícil de descifrar.
Cuando Silvano me llamó para decirme que programaría una reunión entre Greta Basile y yo, no dudé en decirle que sí. Quiero comprar el Palazzo, necesito comprarlo, y estoy empeñado en sacarla de mi camino para lograrlo de ser necesario. No esperaba que fuese alguien con quien de alguna manera mi mundo se relaciona, lo cual me hace un tanto más compleja la situación.
Ella sabe quien soy y, cuando escuché su nombre de la boca de Silvano, supe de inmediato quien era ella. No es italiana, no propiamente, pero se crio con costumbres similares a las mías, en un mundo idéntico al mío donde las armas, la sangre y el poder venían de la mano.
Reconocí su nombre porque trabajó como la secretaria presidencial de mi primo, Giulio Sartori, al cual llamé de inmediato cuando Silvano me dijo hace una hora que viniera aquí. Sin embargo, él no me dio detalles porque si bien mantiene las relaciones familiares, alegó que no soy nadie para meterme en la vida de la mujer cuyos ojos verdes felinos brillan en una clara amenaza en mi dirección.
Estoy en su restaurante.
En el que cree que es su territorio.
Pero dispuesto a destruirle todas las reglas para ganar este negocio.
Sé que Salvatore, mi hermano, estará sobre mí si no la saco de nuestro camino para obtener el monopolio que conlleva tener el Palazzo en el bolsillo. Así que por eso estoy aquí, porque me prometí quitarme del medio a cualquiera que intentara impedir que yo adquiriera el mejor puente entre la élite de Italia y la mafia.
—Alessandro Caruso —me presento, extendiendo mi mano en dirección a ella cuando estoy a escasos pasos.
Sus ojos caen entonces, pasan de traspasarme el rostro con letalidad a observar con disgusto la mano que está a nada de tocarla. Los segundos no pasan tan rápido como espero, y ella se toma su tiempo antes de barrer mi postura con su mirada para luego volver a mi cara con sus ojos, los cuales ahora lucen tan inexpresivos como desinteresados.
—Greta Basile —contesta, estirando la mano hasta apretar la mía con una delicadeza que no demuestra en esos ojos animales que parecen querer devorarme con rabia.
Por lo general, me mantengo en línea en estos momentos, trato de meterme en la cabeza de mi oponente y derribarlo en su propio juego para sacármelo del camino. Pero en esta ocasión, por alguna maldita razón, mi implacabilidad no se mantiene severa como en el pasado, y ante su reto, las comisuras de mi boca se elevan en total amenaza hacia ella.
Trata de recuperar su mano, pero no la suelto, la sostengo con firmeza, tomándome mi tiempo para detallar su postura rígida, pero confiada. El cabello casi negro le enmarca el rostro de forma elegante y los labios rojos y llenos se le entreabren ante la forma en que me apodero de su espacio personal al dar un paso al frente, instándola a humedecerlos como si fuera un instinto de preservación, uno que ni siquiera nota porque no lo reprime.
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ALESSANDRO (+21)
RomanceHISTORIA EN PAUSA. Lo correcto no siempre es lo más placentero, pero cuando se trata de él, incluso el placer más retorcido e inmoral, se siente perfecto. Greta Basile tenía un sueño que cumplir antes de llegar a sus 30: hacer de su restaurante uno...