Greta.
Si existe una persona ajena a mi familia que me conoce como nadie más lo hace, esa es la mujer que consigue devolverme la mirada a través de los lentes de sol que convenientemente se deslizan un poco por el puente de su nariz para ponerme más de los nervios.
Vittoria trata de no lucir preocupada, pero noto la manera en que evade nuevos temas de conversación para conseguir respuestas de mí sobre uno en específico: el bastardo que me está quitando el sueño por su maldita manera de querer quitarme mi oportunidad de expandirme.
—Pensé que no querías tener relación alguna con nada de España —murmura fingiendo calma al llevarse el café a los labios mientras bebe sorbos pequeños a la espera de una respuesta.
La observo, torciendo la boca un poco a sabiendas de que no tengo escapatoria aquí, luego de tantos días dándole excusas para no encontrarnos porque era consciente de que ella y su vena protectora querrían intervenir.
—¿A qué te refieres? —Trato de hacer tiempo, porque si bien soy una persona que afronta las cosas de frente, hay algunas veces en que no puedo lidiar con las personas queriéndose preocupar por mí.
—Llamaste a Marcello para buscar información sobre los Caruso, Greta —dice como si fuese lo más obvio, empujando su delgado, pero tonificado cuerpo hacia el frente, de tal forma que no tengo escapatoria alguna.
—¿Cómo sabes?
—Estabas en mi casa cuando lo hiciste, Greta —se burla, relajándose un poco porque sabe que me tiene.
—No le pregunté sobre los Caruso. —Hacerme la tonta no es lo conveniente con ella, sobre todo porque si hay algo que esta rubia conserva de su infancia es su maldita curiosidad que tantas veces casi la mete en problemas—. Solo sobre uno en particular.
—Alessandro Caruso —termina por mí.
Ruedo los ojos ante la sola mención de ese idiota. Por lo general, no me agobio en este tipo de situaciones, sino que busco la manera de solucionarlo tratando de salir victoriosa, pero...hay algo aquí que no me deja estar en paz.
Ese maldito bastardo no me deja en paz.
Y no se trata de su insistencia porque en estos días no volvió a comunicarse, algo que agradecí. Se trata de la forma en que trató de hacerlo, la manera en que trató de doblegarme como si tuviera la absurda idea de que solo por su nombre tendría algún tipo de poder sobre mí cuando lo cierto es que si no fuese un maldito bastardo como aquellos que durante años me rodearon, no lo reconocería en lo absoluto.
—¿Esto sigue siendo por el Palazzo? —inquiere mi amiga con un ápice de preocupación envolviéndole la voz.
—¿Por qué más lo sería? —Le devuelvo la mirada, curiosa esta vez. ¿De qué demonios habla esta mujer?
—No lo sé, solo que no estoy convencida, Greta. —Eleva los hombros para luego dejarlos caer como si me dijera todo y a la vez nada con el gesto—. Estás pisando terreno peligroso aquí.
—Siempre he estado sobre terreno peligroso, Vitt. Solo que parece que cada vez soy más propensa a cambiarlo en vez de alejarme.
—Y justo por eso te lo digo. Yo sigo metida en todo esto, pero tú querías alejarte, cariño —insiste—. Greta, desde que murió Dom, tú único deseo era ver morir a Nicoletta para luego alejarte de la sangre, del miedo, del caos. ¿Por qué no solo lo dejas?
—¡No lo sé! —me quejo—. No sé si se trata de mí, de ese idiota que trató de joderme algo que quería o que se yo. Solo sé que no quiero dejar el Palazzo, Vittoria. Es mi sueño.
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ALESSANDRO (+21)
RomansaHISTORIA EN PAUSA. Lo correcto no siempre es lo más placentero, pero cuando se trata de él, incluso el placer más retorcido e inmoral, se siente perfecto. Greta Basile tenía un sueño que cumplir antes de llegar a sus 30: hacer de su restaurante uno...