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(Amor) 1. Sentimiento de intensa atracción emocional y sexual hacia una persona con la que se desea compartir una vida en común.

(Lealtad) 2. Sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia alguien.

"Amor y lealtad" fueron las únicas dos cosas que juré en mi vida, y ambas fueron dirigidas hacia un hombre, un hombre que apenas conocía pero que hizo que mi vida valiera la pena cada segundo.

Haber sido arrojado a un pozo profundo y estrecho desde mi nacimiento había sido el detonante perfecto para mis actitudes y destrezas en el futuro y mi presente.

Nací en un pequeño barrio de mala muerte, situado en el pueblo más moribundo de Gangnam, Guryong fue el lugar perfecto para que mi madre alcoholica se deshiciera de mi, dejándome en manos de mi abuela y su marido.

Una mujer de 45 años que solo vivía por y para su marido, un viejo asqueroso con mañas inmorales.

A los diez años y en la primaria, ya debía trabajar con mi abuela vendiendo frutas para ganar mi comida, sino, tendría que recurrir a robar porque el dinero que había en la casa solo alcanzaba para darle de comer a ese monstruo que me obligaba a llamarlo padre.

Desde que tuve memoria solo he podido recordar las golpizas recibidas por él y la mirada enfermiza llena de culpa que me obsequiaba mi abuela, porque para ella, detenerlo significaba perderlo y jamás se permitiría perder a su marido por un chiquillo que la prostituta de su hija dejó a su cargo.

—Sunoo, nunca debes de levantarle la voz a tu padre —dijo en voz baja mi abuela aquella vez, observando con pena mi labio hinchado.

—Ni siquiera hablé —murmuré reprimiendo las lágrimas que acechaban con derramarse de mis ojos.

—Haga lo que haga, él lo hace por tu bien, querido.

Como siempre, ella había ignorado por completo lo que había dicho, como también había ignorado las veces en las que las cosas se iban acercando a un extremo más profundo y oscuro.

No pasó mucho tiempo hasta que los golpes empezaron a ser reemplazados por abusos a mi cuerpo y alma, cada que veía sus manos recorrer alguna parte de mi cuerpo sentía cómo esta se ensuciaba y se manchaba con una marca irreversible. No habían bastado mis sollozos y ruegos, mi incesante llanto y mis pataleos, él simplemente ejerció su poder en mi y me dejó marcado para siempre.

El miedo me había hecho agudizar mis sentidos de gran manera, podía reconocer sus pasos, su olor, su voz a largas distancias.

El marido de mi abuela en una de sus tantas noches de volver a casa bajo los efectos del alcohol y las drogas, me confesó al oído algo que hasta el día de hoy me ha calado en el alma como humo de tabaco viejo.

—Eres tan hermoso como tú madre, cada vez que te veo y te toco pienso en ella —me expresó arrastrando sus palabras—. Pero después recuerdo que por tu asquerosa existencia ella huyó de mi y luego volvió para desecharte aquí como mierda, porque sabe que tú me perteneces. Eres mío desde el primer instante, Sunoo —dijo, saboreando mi sucio nombre en su boca.

Lo había entendido todo, yo era la semilla de ese monstruo, mi mamá había sido su victima y no lo había soportado, por eso huyó y se hundió en el alcohol y las drogas como lo hacía él. La historia volvía a repetirse conmigo, pero no podía permitirlo.

Sus palabras fueron el motor que me dió la fuerza para escapar de ahí.

Y así lo hice, a mis 16 años, un 14 de diciembre, 6 años atrás, dos días antes de haberlo conocido a él.

Había esperado a que se durmiera el mayor peligro, el monstruo, sabía que mi abuela no me detendría de huir.

Recogí las pocas cosas preciadas que tenía en la vieja y desgastada mochila que usaba para todo, así como los destruidos zapatos amarillos de dos talles menores al mío que llevaba a todos lados, no tenía más que un abrigo roto lleno de agujeros para abrigarme del frío mortal que hacía afuera.

Temía muchas cosas, temía morir congelado, temía morir de hambre o sed, temía que me hicieran daño y también temía terminar igual que mi mamá. Pero nada de eso me hizo desistir de mi decisión, porque más miedo me daba quedarme para siempre y tener que vivir esa pesadilla una y otra vez.

Una vez fuera de la casa no miré hacia atrás y me prometí no volver a pisar esas calles jamás, caminé horas en el frío, con la suave nieve cubriendo mi castaño cabello mientras mis labios titiritaban por las bajas temperaturas en las que mi cuerpo se encontraba.

La estación de tren fue como un refugio para mí, al menos durante esas dos noches.

Quizás fueron mis lamentos o mis ruegos a Dios para que me salvara la vida lo que me hicieron conocerlo.

Porque dos días después él se paró junto a mi y me dió la mejor sonrisa que me había dado la vida.

Lee Heeseung, o mi ángel como yo lo había apodado, fue la persona que me acogió en su familia de delincuentes.

¿Pero qué sería peor que lo que viví?

Desde el primer instante en el que lo vi ofreciéndome una hermosa y reconfortante sonrisa supe que jamás me libraría de él, había caído enamorado de la persona equivocada y aún no me arrepiento de haberlo hecho. Su cabello era tan negro que juraba que desprendía oscuridad en cada hebra, me gustaba la forma en la que se arremolinaba en su nuca y el como caía en ondas por toda su frente.

Su elegancia y delicadeza nunca delatarían su posición en el bajo mundo.

Heeseung era un creciente líder, quien en primer lugar había formado una pandilla, la cual se terminó convirtiendo en una mafia de renombre en los distritos cercanos, nada como lo era ahora en la actualidad, pero que seguía siendo estado de alarme para las autoridades.

Él les ofrecía un techo y comida a chicos desamparados, como lo era yo, a cambio de que se volvieran parte de él, porque para él su familia era como una colmena, donde todos valen lo mismo y no hay dinastía, él era todos y todos eran él. Heeseung simplemente los guiaba, nunca se creyó su dueño o patrón y era lo que más admiraba de él.

No dude ni por un segundo en aceptar su trato y la mirada que obtuve de su parte al hacerlo fue todo lo que necesité para estar aún más seguro de lo que había hecho. Era como obtener aprobación de alguien a quien le importas, se sentía bien, al igual que el caliente de su mano al estrecharla con la mía y el de su abrigo sobre mis hombros.

Heeseung se encargó de ubicarme en un bloque donde me sintiera cómodo y así lo hice, por primera vez pude hacer algunos amigos estando en lo que llamaban "Edén".

Sin embargo, me sentía lejos de Heeseung, quería estar cerca de él, trabajando con él a su lado, no haciendo mandados y robando información.

Lo que hizo que me trazara de meta llegar a ser su mano derecha, la persona en la que más debía confiar y la persona que moriría por él. No me importó entrenar hasta el cansancio con las armas y cuerpo a cuerpo con mis otros compañeros hasta que fuera capaz de llamar su atención, y aunque fue difícil en el principio por mi poca capacidad física, pude ir avanzando y lográndolo en tan solo mi primer año siendo parte de la organización.

Heeseung por fin me había notado en uno de los combates de ascenso, le había ganado a un miembro de segundo grado llamado Beomgyu. Y para mi el mayor premio fue ver su expresión de orgullo dirigida hacia mí.

Un año y cuatro meses habían pasado desde que logré escapar del infierno, me tardó un año y cuatro meses ser ascendido a miembro de segundo grado a mis 17 años.

Podía estar más cerca de Heeseung, escucharlo hablar, verlo trabajar y también ver como aquella faceta dulce se iba a la mierda cuando algo se complicaba.

Porque de la misma forma en la que su gentileza formaba equipo con su sonrisa y ojos inocentes, era capaz de convertirse en una persona fría, calculadora y vengativa cuando las cosas no salían como debían de salir.

Heeseung odia la traición, y yo, definitivamente, odio a quiénes lo traicionaron a él.

Ángel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora