Capítulo 3

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El maquillaje de mamá comenzó a desaparecer, pero nunca lo notó.

Todas las mañanas, ella, antes del que el primer timbre suene me pedía que retoque su rostro y le de color con lo que yo escondía en la mochila. El maquillaje de mamá.

La suya no la dejaba por absolutamente nada tocar sus pertenencias, por lo que me insistió y rogó que se lo robe yo a mamá y la haga feliz por todo lo que ella había hecho por mi.

-No puedo. Sabes que no dejan maquillarnos en el colegio.

-Canela nadie se va a enterar. Menos tu mamá.

-No lo sé.

-¿Acaso no me queres?- preguntó esa tarde, mientras estábamos escondidas detrás de los arboles de la esquina- ¿Tan poco te importo?

¿Eso pensaba de mi?

Una presión en mi pecho se instaló. Me dejó muda. El aire no entraba. Me sudaban las manos. No quería que se enojara. No quería perderla.

No había forma de que yo no la aprecie. No había forma de que nadie lo haga.

Pero ella continuó hablando.

-Te falta madurar todavía Canela. No sos como yo, no lo puedo hacer por vos.

Se levantó y se fugó.

Mi corazón se comprimió.

Me dolió.

Nunca iba a ser como ella.

Esa noche. Mientras mamá dormía, me acerqué a su bolso y tomé todo lo que creía necesario.

Después de días llegué a la conclusión de que me gustaba maquillarla. Su cara era tan perfecta que ni un grano descansaba en ella.

Ella sabía el don que tenía, de no poseer acné y que su cara brilla cada vez que la ves. Pero también sabía, que mi cara delgada y pálida, no era la que verdaderamente llamaba.

Un día. Después de notarlo por varios. Decidió decirlo. Sin miedo. Ella nunca tenía miedo. Miedo a decir, hacer, a cometer. A perder.

-¿Por qué no probas maquillarte un poco?- Preguntó mirándome desde el espejo. Atenta.

-Nunca probé. No vi necesidad.

-Es que sabes. Las ojeras no son la moda. ¿Viste a Natalia?

-¿De quién hablas?- quise ir cuidadosamente. sabía que podría decir algo que me deje pensando.

-Natalia. La de quinto año. Parece que no duerme hace días y se muestra estar destruida. ¿No la viste? Da pena.

-No...c-creo que no me fijé.

Ella se acercó a mi. Acunó mi cara y se fijo en mi mirada.

-Vos sabes que soy tu amiga y te quiero. ¿No?

-Si. ¿Por qué?

-Es por tu bien. Créeme. Si probas este corrector para ojeras, vas a agradecerme la vida entera.

-Es que no creo que me haga falta. Casi ni tengo.

-Puf...pero Canela. Mírate.

Me acercó al espejo y se colocó detrás de mi para tenerme ahí, sin que pueda escapar.

Ella lo sabía. Estaba atrapada. Ella me tenía atrapada.

-Probalo.

Mi mirada fue directamente hacia el contorno debajo de mis ojos. Allí habían manchas violetas que demostraban las noches enteras que me pasaba pensando en mamá y su tonta histeria.

Tomé el corrector, y segundos después hizo contacto con mi piel.

Tenía razón. Ella siempre tenía razón.

Me miró y sonrió. Estaba orgullosa de mí. Me abrazó con la fuerza que yo nunca tuve y me susurró.

-Vamos a ser amigas por siempre Canela. Sos mi mitad. Nunca te voy a abandonar. Vamos a poder estar unidas, sin estar presentes.

En ese momento no le creí. Porque no lo entendí, pero me sentí bien. Demasiado bien. En paz. Conmigo. Sobre todo con ella.

Me había dado cuenta en ese instante en el que sus ojos miraban los míos con un supuesto cariño que, tal vez, podía ser amada. Que ella quizás lo hacía, y yo no era un alma sin vida.

Yo quería ser ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora