Mamá llegaba de trabajar a la madrugada, solo para decirme en la cara que estaba equivocada.Que mi vida valía mas que una falsa sonrisa y debía construirla, porque solo era una adolescente y no merecía sufrir permanentemente.
Siempre se encargaba cada noche de mostrarme las tres caras del mundo.
La primera, la más llamativa y demostrativa. La construida, que equivalía a pretextos sociales, respetar las señales, valerse como ciudadano y silenciarse cuando es necesario.
La segunda, la más oscura o como ella solía llamarla, la más trucha. La fase del rebelde sin causas, que quiere llamar la atención, y que papá le debe dar importancia, sino su vida no toma constancia.
La tercera y última. El ser lo que sentís.
Ser de una forma coherente y como te gusta verte. No como quiere que seas y te hacen cambiar para que te veas de diferente manera.
Sentir de una forma verdadera, con fuerza y abundancia, y saber afrontar cada rincón de tu corazón que grita lo que de tu boca calla y no estalla.
Mamá siempre dejó muy en claro, que su vida lo tomó con la fase de la tercera para vivir de una forma certera.
Y desde que esa noche me contó sobre las tres, y que debía elegir una para poder vivir.
Supe que lo mejor que podía hacer, era vivir para mí. Y no sufrir, sin sentir.
Porque usualmente los humanos solemos hacerlo.
Sufrir por gusto.
Suena mal, pero cuando lo conoces, te adaptas a su forma tan rápida de lagrimear, trasnochar y de extrañar, que dependes del dolor que te causa ardor. Porque el sentimiento nuevo te llama tanto la atención que si te suelta no te sentis completa.
Yo me había aferrado a sufrir.
Estaba acostumbrada a depender de lo que me hacía mal.
Por eso quería cambiar. Por mi y por mamá.
Era más fuerte que ese dolor profundo e intenso.
Era más fuerte que ella.
Era más fuerte que esa yo.
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Yo quería ser ella
PoesieMi vida siempre estuvo divida en dos partes. La primera, en el odio que me tenía. Y la segunda, en las ganas de cambiarme completamente. Nunca estuve satisfecha. Nunca fui prioridad.