Capítulo 9

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Mamá llegaba de trabajar a la madrugada, solo para decirme en la cara que estaba equivocada.

Que mi vida valía mas que una falsa sonrisa y debía construirla, porque solo era una adolescente y no merecía sufrir permanentemente.

Siempre se encargaba cada noche de mostrarme las tres caras del mundo.

La primera, la más llamativa y demostrativa. La construida, que equivalía a pretextos sociales, respetar las señales, valerse como ciudadano y silenciarse cuando es necesario.

La segunda, la más oscura o como ella solía llamarla, la más trucha. La fase del rebelde sin causas, que quiere llamar la atención, y que papá le debe dar importancia, sino su vida no toma constancia.

La tercera y última. El ser lo que sentís.

Ser de una forma coherente y como te gusta verte. No como quiere que seas y te hacen cambiar para que te veas de diferente manera.

Sentir de una forma verdadera, con fuerza y abundancia, y saber afrontar cada rincón de tu corazón que grita lo que de tu boca calla y no estalla.

Mamá siempre dejó muy en claro, que su vida lo tomó con la fase de la tercera para vivir de una forma certera.

Y desde que esa noche me contó sobre las tres, y que debía elegir una para poder vivir.

Supe que lo mejor que podía hacer, era vivir para mí. Y no sufrir, sin sentir.

Porque usualmente los humanos solemos hacerlo.

Sufrir por gusto.

Suena mal, pero cuando lo conoces, te adaptas a su forma tan rápida de lagrimear, trasnochar y de extrañar, que dependes del dolor que te causa ardor. Porque el sentimiento nuevo te llama tanto la atención que si te suelta no te sentis completa.

Yo me había aferrado a sufrir.

Estaba acostumbrada a depender de lo que me hacía mal.

Por eso quería cambiar. Por mi y por mamá.

Era más fuerte que ese dolor profundo e intenso.

Era más fuerte que ella.

Era más fuerte que esa yo.

Yo quería ser ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora