Capítulo 2

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El almuerzo de un jueves cinco de mayo, ella se sentó conmigo. No teníamos más amigos, se encargaba de decir que nadie llegaba a nuestro nivel y que por eso debían mantenerse solo a observarnos comer.

Habían pasado semanas y semanas desde el comienzo de clases. Nos habíamos acercado lo bastante para que yo llegue a casa y le cuente mamá que tenia una amiga y era lo mejor de la vida. Estaba feliz.

Muy feliz.

Coincidíamos en ropa, chicos, revistas, libros. Era mi alma gemela. Ella lo sabía. Yo lo sabía.

A mamá le omití los detalles de que éramos solo dos. Que salía de clase a fumar con los chicos mas grandes. Que el uniforme lo cortamos. Que nos sacábamos fotos de la cara hacia abajo. Y que algunos del curso nos odiaban. Pero no era la mayoría y no les dábamos bolilla.

Leí que las personas que no se quieren dar cuenta de las cosas, hacen ojos ciegos, y simulan el bienestar en lo que les hacen mal, y los deja padeciendo la vida hasta sanar la herida.

Habían pasado las clases de la mañana y quedaban las de la tarde. Era la pausa para comer.

Ella había llegado, me saludó seco y puso cara de descontento.

Le dejé un lugar y se sentó.

Me miró de arriba abajo, y después su vista pasó a mi plato.

Sabía que venia su grito de reproche, y yo mentalmente contaba cinco segundos para escucharla hasta que acabara de insultar y ridiculizarme al hablar.

Solía gritar o como ella decía "elevar el tono por el enojo". Pero casualmente todos la escuchaban, me intimidaba, me ponía nerviosa, mi cara roja, temblaba y callaba.

Tragó saliva y miró mi comida.

-Canela, si seguís comiendo eso, vas a quedar totalmente hinchada, grasosa, granosa. No queda bien eso Canela. Deja de comerlo.

Se acercó a mi oído sabiendo que todo el mundo le estaba prestando atención y podían oírla. Lo sabía por cómo sonreía. Lo hacía de una forma cínica. Me corrió un mechón de pelo de mi cara y dijo.

-Vas a quedar como la chica de la esquina que necesita que la ayuden a pararse por toda la grasa que tiene encima- La gente la admiraba. No hablaban para escucharla- ¿Cómo era su nombre?...¡ah! si. Mariana.

La comida se derramó de mis manos y cayó a la mesa, dejándome quieta y con la boca semi abierta.

Un silencio se pronunció en el comedor. Hasta que un chico reacción. Se rió.

La nombrada salió corriendo y todos avalaron su comentario acompañándolo con aplausos.

Ella sonrió con satisfacción y se sentó. Comió su ensalada y no me miró. No se inmutó.

Yo quedé en silencio. Mis labios eran una fina línea. Temblaban por las ganas de gritar, pero mis dientes mordían mi lengua para callar y no cagar la amistad.

Ella es buena. Ella me enseña. Ella sabe y me protege.

Entendí que quería cuidarme. Tragué el último pedazo, y me prometí que ese día sería el último en el que una hamburguesa se instale en mi bandeja.

Yo quería ser ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora