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3.

Mateo:

Empaque algunas cosas para llevarle.

Obviamente fui obligado a eso.

Entre esas cosas habían medicinas, comida, dulces y una tarjeta de parte de mis padres.

Claro, a mi ni un hola sin un golpe o grito de por medio, pero a él todo eso.

¿Será indirecta para morirme?

Nah, les daría igual.
Tampoco es como que me importe si le dan importancia a él o no.

Solo... Nada.

Cuando lo hice salí de la casa sigilosamente para no tener un encuentro como el de esta mañana.
Ya estaba tarde así que era horrible tener que ir.
Su casa quedaba justo al lado de la mía.
Éramos vecinos.
La vida me odia demasiado a veces.
Su ventana daba directamente hacia la mía.
Ya que su habitación quedaba en el segundo piso al igual que la mía.
Pero ambos teniamos horarios establecidos para cerrar la ventana.
No nos gustaba vernos así que terminamos haciendo un acuerdo para cuando quisiéramos abrirla o asomarnos.
Un tonto acuerdo que hicimos desde niños, pero ambos seguíamos el acuerdo al pie de la letra
Cuando llegué a su puerta di leves golpes.
Pero no hubo respuesta.
Mire debajo de un tapete afuera de la casa.
Abrí los ojos sorprendido al sentir algo debajo del tapete.

——Ah, así que las películas tenían razón…¿Por qué los ricos pondrían su llave en un tapete?— me pregunté al encontrar la llave.

Abrí la puerta restándole importancia.

——¿Hola?...— saludé pero nadie respondió.

La casa estaba sola.
Supongo que sus padres volvieron a ir de viaje.
Estos casi nunca estaban.

Cerré la puerta y subí las escaleras hasta llegar a su habitación.

Su puerta estaba entre abierta.

Entre tratando de no hacer ruido.
Si me encontraba ahí de seguro acabo con más golpes de los que ya tengo en mi cara.

Lo vi dormido en su escritorio encima de su teclado.

Su cabeza reposada en sus brazos los cuales estaban apoyados en el teclado.
Tenía que dejarle una marca de teclas en los brazos.

Pero lo que me estaba poniendo ansioso era el teclado.
Lucia caro y era uno profesional, y estar tan echado encima de el me daba estrés.

Cualquier persona que sepa lo que cuesta un teclado de esos lo hubiera sacado de ahí de una patada voladora.

Yo quise hacerlo, pero no podía.
Viene acá en son de paz, sin querer otro golpe.
Obligado pero sin destinación a echarnos puteadas.

Su cara estaba roja y se veía sudoroso.

Supongo que el frío lo puso así.
El frío y la gripe que agarro por mi culpa.

Lo trate de despertar pero estaba profundamente dormido.

¿Y si le clavo unas tijeras?
No, mucha sangre, mejor pensemos otra cosa.

Así que lo trate de cargar pasando uno de sus brazos sobre mis hombros.

No lo iba a dejar ahí, pobre teclado.

Una parte de mi lo quiso tirar al piso por el peso que ejercía pero se iba a despertar y yo iba a acabar muerto.

——Maldito, ¡¿Tenias que ser tan pesado?!— me quejé mientras lo movía hacia la cama.

Un nosotros complicado. | COMPLETA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora