Capítulo 5. El subterráneo

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Mateo aprovechó que estaba en la Vila Olímpica para ir a comer a una de sus hamburgueserías favoritas. McDonald's siempre era un acierto para él. Sabía que no era comida muy sana pero es que estaba tan buena que iba al menos dos veces al mes. Y la ventaja es que había McDonald's por toda la ciudad y cuando iba en el taxi siempre tenía dónde comer, estuviese donde estuviese. Luego decidió tomarse la tarde libre porque era fin de año. Mateo no  tenía demasiados amigos con quien irse de fiesta ese día. En realidad ninguno de sus pocos conocidos le había invitado a ninguna fiesta. Como no podía sacarse a Marina de la cabeza decidió que se pasaría después de cenar por el Liceo. A lo mejor la chica ya había aparecido y se podían encontrar y tomar las uvas juntos.
Llegó a la zona poco después de las diez de la noche. Había mucho ambiente pero el Liceo estaba cerrado. Por fin de año no había función, ya que los trabajadores y los artistas tenían el día libre para cenar con sus familias. Pensó en tomar algo en el Bar Absenta. No había entrado nunca con el bar abierto y sentía mucha curiosidad. También pensaba que quizás Marina no había aparecido todavía y quizás ese Bar escondía más de un secreto.
Cuando llegó al Absenta se quedó muy sorprendido porque el bar estaba cerrado. No era normal, ya que esa noche la gente iba de juerga después de cenar, o al menos después de las uvas, y era un buen día para ganar dinero.
Como la puerta del bar que daba a la calle Hospital estaba cerrada, Mateo se metió en el callejón que ya conocía. Estaba muy oscuro. Se acercó a la ventana por la que había entrado hacía unos días y la vio cerrada. Buscó una caja de plástico de un contenedor de basura y la puso en el suelo para subirse y llegar hasta la ventana. Como no estaba bloqueada, Mateo la pudo abrir y la ventana le permitió pasar al interior del bar. Estaba oscuro como el otro día en que estuvo allí, pero Mateo tenía su linterna y sabía el camino. De fondo se oía una música extraña, que no se sabía de dónde venía. A lo mejor venía de la calle, pero no parecía música de fiesta. Más bien era una especie de cantos como de monjes, que sonaban muy apagados.
Mateo entró en el baño y tiró de la cortina de la ducha. Empujó la baldosa que sabía que abría la puerta secreta, que ya no era secreta para él. Al abrirse pudo pasar al pasillo que daba a la escaleras de piedra. Volvió a notar aire en la cara pero ya no le sorprendió que fuera caliente. Ya se lo esperaba, era muy raro, pero podía ser alguna caldera de calefacción o cualquier otra cosa. También había subido el volumen de los cantos que oía todo el rato. Mateo estaba muerto de miedo pero seguía bajando por las escaleras de piedra. Giró a su izquierda y empezó a bajar las segundas escaleras. Sintió más aire caliente en la cara y los cantos eran cada vez más fuertes. Al final de las escaleras cruzó por un pasillo que terminaba en una puerta de madera antigua. Esa puerta estaba cerrada pero por lo visto no con llave, ya que al empujarla, Mateo no tuvo problemas para abrirla. Había una luz anaranjada en ese lugar, por lo que Mateo apagó su linterna. Por eso y para no ser visto, ya que estaba claro que en ese sitio había gente y no sabía lo que se iba a encontrar pero se temía que no iba a ser nada bueno.

La extraña desaparición de la bailarina MarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora