Capítulo 12.

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Desperté con la misma opresión en el pecho que sentía todas las mañanas cuando el cielo aún estaba oscuro y la imagen de mi padre se veía reflejada en mis sueños antes de abrir los ojos.

Miré el reloj, el cual marcaba las cuatro cincuenta en números rojos. Aún faltaban diez minutos para que el despertador sonara.

Era el primer día de mi último año en la preparatoria. Lo que significaba: nuevos compañeros, empezar el bachillerato físico-matemático, nuevos maestros, más estrés, y la melancolía por saber que quizás no entraría en la universidad en un año.

Froté mi rostro esperanzada de que éso me ayudara a encontrar la fortaleza para levantarme, pero sólo conseguí intensificar la sensación de pesadez sobre mis párpados.

Me quedé recostada, en el medio de la oscuridad, abatida por la idea de volver a la triste rutina de intentar ser la chica perfecta e inteligente que todos detestaban, pero nadie comprendía.

La única buena noticia era que Carmen estaría en mi salón, para ayudarme a lidiar con las burlas y torpes comentarios de Daniel Blair y sus malvados amigos, los cuales también estarían con nosotras.

La idea de volver a la escuela me causaba un hormigueo en las piernas. No me gustaba estar ahí y ver cómo todos se volvían buenos amigos, mientras me excluían por ser la chica inteligente que nadie creía capaz de saltarse una clase para ir por un helado o tener el valor de quedarse callada cuando un maestro preguntaba por una tarea que, quizás, sólo yo había hecho. Pero eran todos esos estereotipos erróneos los que me mantenían alejados de ellos, pues ninguno era cierto. Existían ocasiones en las que deseaba faltar a la escuela y sentirme libre por al menos unas horas, o no hacer una tarea y tener una mala nota en alguna materia. Pero, no tenía amigos para escaparme, ni la posibilidad de reprobar alguna materia, pues mi beca se vería afectada.

Cuando reparé en la realidad, el tiempo había transcurrido considerablemente.

Eran las cinco cuarenta.

Me levanté, deseando que el día comenzara con tranquilidad, no como los últimos ocho días, con mi padre vomitando en una cubeta antes de volver a salir y perderse durante horas en el alcohol.

***

El salón estaba solo cuando llegué. Saqué mi celular para mirar la hora; apenas eran las siete treinta. Lo que me dejaba el tiempo suficiente para elegir la banca que deseaba: la primera de la tercera fila.

Desde que adopté mi hábito de ser una chica inteligente, aquél lugar estaba reservado para mí. Era perfecto para poner atención a las clases y evitar posibles distracciones.

Me senté, y el frío respaldo del pupitre provocó que la piel de mi nuca se erizara.

Había una mancha de humedad en el lado derecho del techo.

En el pizarrón aún podían apreciarse las últimas palabras que fueron escritas en él: «¡Felices vacaciones!».

El escritorio del profesor estaba cubierto de polvo, a pesar de que el director mandó a limpiar cada rincón de la escuela para el nuevo ciclo escolar.

Y lo más curioso de todo era que no me importaba estar sola, al contrario, me parecía reconfortante la ausencia de problemas.

Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho tiempo.

La noche anterior mis padres habían discutido debido a las peticiones económicas que mi padre le exigió a mi madre:

1. Darle el cincuenta por ciento de su salario.

2. No gastar dinero en el gas.

3. Olvidar la educación de mis hermanos y la mía, ya que era un gasto innecesario.

Gritos de soledad [.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora