Capítulo 15.

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31 de agosto.

Imaginaba que la adolescencia estaría repleta de problemas sencillos. Como espinillas, frenillos en los dientes, un mal peinado y zapatos feos, decepciones amorosas y hormonas alborotadas. 

Pero en mi vida había de todo, menos éso. 

El menor de mis problemas era obtener una nota perfecta, lo que para muchos implicaba noches de desvelos, estrés y sacrificar su vida social.

En cambio, mis verdaderas preocupaciones, consistían en el terror que sufría todas las noches cuando mi padre llegaba a casa; la crisis económica que experimentaba la mayoría de los meses cuando el dinero de mi beca estaba por terminarse; el dolor emocional que me causaba ver a mis hermanos crecer sin unos padres que los amaran. 

Días antes, un chico llamado Javier me dijo que la felicidad era una decisión, lo cual me pareció absurdo en un principio pero, luego de analizarlo detenidamente, llegué a la conclusión de que, en efecto, ¡era absurdo!

Si ser feliz estuviera al alcance de mis manos, lo hubiera sido desde siempre, y los problemas no me causarían ningún daño, ni físico ni emocional. Además, de que ayudaría a que mis hermanos alcanzara dicha felicidad. 

***

La humedad de la noche era sofocante. A pesar de tener la ventana abierta, sentía que mi pecho explotaría debido a la alta temperatura del aire. 

Era viernes por la noche y, mientras todos se divertían en alguna fiesta, me encontraba recostada en la cama de Edgar, cuidando que no se lastimara al hacer su tarea con una navaja. 

Sus profesores decían que su potencial era prometedor, pues siempre participaba en clases y tenía el mejor promedio de su salón. Aunque, en algunas ocasiones, arrojaba sus cuadernos contra la pared, justificándose con la idea de que papá también lanzaba las cosas. 

Otra preocupación que día con día me atormentaba, era que Edgar o Lili pudieran adoptar una conducta agresiva, reflejada por los problemas que teníamos en casa. Sin embargo, ambos parecían ser buenos niños que no involucraban sus sentimientos con la escuela ni sus amistades. 

—Marcela —llamó mi hermano—. No puedo cortar la cartulina. 

Suspiré, cansada de levantarme cada dos minutos para ayudarle con alguna pequeña labor. 

Me hinqué a su lado en el suelo y, con cuidado, me entregó la navaja. 

Su tarea consistía en construir una caja con cartulina en la que tendrían que guardar sus distintos trabajos de la clase de dibujo. Mi hermano eligió hacerla de color negro, lo que me pareció extraño, pues él detestaba ese color. 

—¿Por qué elegiste el color negro? —pregunté con amabilidad—. ¿Ahora te gusta?

Negó por lo bajo, apretando sus manos en duros puños sobre su regazo. 

Posicioné la regla de manera perpendicular a un anterior corte que hice, y deslicé la navaja por un lado para cortar la cartulina. 

—¿Entonces? ¿El maestro te asignó el color?   

Volvió a negar, dedicándome una lánguida mirada. 

—Mis compañeros dicen que ese color me caracteriza —respondió encogiéndose de hombros—. Creo que lo dicen porque no hablo con nadie. 

Detuve el corte que estaba haciendo y lo miré de lleno. 

—No es malo ser tímido, ¿sabes?  

Gritos de soledad [.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora