El maestro de biología terminaba de anotar la tarea en el pizarrón cuando un diminuto objeto golpeó mi nuca y las siniestras risas que no sólo atormentaban mis sueños, sino que también la realidad, se escucharon a pocos pupitres del mío.
Sabía de quiénes se trataba, por lo que decidí no prestarles atención, pero otro pequeño golpe cerca de mi oreja casi me hizo perder el control. Estaba tan cansada de tener que soportar sus estúpidas bromas.
Entonces, una pequeña bola de papel cayó sobre mi libreta y una grosería por parte de Alejandro se escuchó desde lo lejos.
—Eres un idiota —dijo Pamela—, esa última ni siquiera la rozó.
Hice ademán de tocarla pero, cuando me percaté de que estaba llena de saliva, detuve mi mano a menos de un centímetro de ella, asqueada por la idea de que otras dos habían tocado mi piel, y quizás me enfermaría de rabia o de estupidez como todos ellos.
Sin embargo, fueron las risas de Daniel y Víctor lo que me hicieron desear desaparecer.
Tuve que contener las lágrimas.
Creí que no lo conseguiría, pues mi garganta estaba obstruida por un nudo, y mis ojos ardían al parpadear. Estaba al borde de liberar la tristeza, cuando Carmen cerró su mano sobre mi hombro, y me hizo suspirar lo suficiente para llenar mis pulmones y tener la fuerza para hablar.
Me recargué sobre el respaldo de la silla y me recliné hacia atrás para escucharla mejor.
—Vayamos por unas frituras cuando termine la clase —dijo con entusiasmo—. Llevo más de dos semanas sin comer una de esas cosas.
—No puedo —susurré.
—¿Acaso estás en una rigurosa dieta? —Preguntó enarcando una ceja—. Casi nunca veo que comas algo, por eso estás tan delgada.
Las voces de nuestros compañeros cesaron de manera abrupta, lo que significaba sólo una cosa.
Volteé hacia el frente, donde el profesor nos miraba expectante. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, y con su pie golpeaba el piso una y otra vez, molesto.
—Señorita Rivas, espero no haber interrumpido su conversación —dijo con voz ronca—. ¿Quiere compartir algo con la clase?
Las miradas burlonas de los otros alumnos se clavaron sobre mí.
—En realidad sí —respondí temerosa mientras señalaba la pizarra detrás del profesor—. Los esquemas del sistema respiratorio no están en la página setenta y ocho —aclaré mi garganta—. Están en la noventa y dos.
El maestro miró el pizarrón apenado, y fue al escritorio donde se hallaba el grueso libro de biología. Tras pasar varias páginas, y corroborar mi observación, asintió derrotado.
—Gracias por corregir mi error, señorita.
Se dedicó a borrar el número incorrecto, para luego sustituirlo con el que correspondía.
—Maldición —se acercó Carmen desde atrás—. ¿Cómo hiciste eso?
Me hice a un lado para que pudiera ver lo que estaba sobre mi pupitre.
—Llámalo buena suerte, pero tenía el libro en la página noventa y dos.
El timbre para cambio de clase causó que todos suspiráramos aliviados. El profesor era muy bueno enseñando los distintos sistemas que conformaban nuestro cuerpo pero, su tediosa actitud de utilizar las dos horas de su clase sin ningún descanso o la posibilidad de salir cinco minutos antes, hacía que todos deseáramos estrangularlo.
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Gritos de soledad [.5]
General FictionLos problemas de un adolescente se resumen en cosas superfluas y hormonas alborotadas. Sin embargo, para Marcela, las cosas no son así de sencillas. Debe aprender a luchar contra su mayor miedo: su padre. Un alcohólico abusador que se ha dedicado en...