LA BRUJA SOY YO

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LA BRUJA SOY YO

A todos nos han contado historias sobre brujas. Han pasado de generación en generación. Las madres se las contaban a sus hijos para que estos se portaran bien o se durmieran. Esta que vais a leer a continuación es la historia que me contaron a mi.

Érase una vez un niño llamado Hans. No tenía padre pues había muerto poco después de que él naciera pero tenía una madre, Cecania, que lo adoraba y cuidaba de él por los dos.

Su madre tenía que trabajar pero nunca lo dejaba solo puesto que era todavía muy pequeño, apenas tenía siete años. Sin embargo, una fría mañana de finales de noviembre, algo le surgió de imprevisto a Cecania y no tuvo más remedio que dejar solo a su pequeño.

-Hans, he de salir urgentemente. Intentaré tardar el menor tiempo posible. Entre tanto, no le abras a nadie. ¿Harás caso a mamá?

-Por supuesto, me portaré bien y no dejaré entrar a nadie- le contestó Hans.

Cogiendo su abrigo, Cecania, cerró la puerta de casa y se apresuró a hacer aquel recado que exigía dejar solo a Hans.

Este se quedó en casa leyendo tebeos a los cuales era muy aficionado. Apenas pasaron cinco minutos, se oyeron tres golpes en la puerta. Hans se acercó y preguntó.

-¿Eres tú, mamá?

-No, -contestó una voz ronca- soy una anciana desvalida que necesita un poco de ayuda. ¿Podrías tú ayudarme?

El pequeño no sabía qué hacer, pero recordó las palabras de su madre y le contestó:

-Lo siento mucho señora, pero no puedo ayudarla. Estoy solo en casa porque mi mamá ha tenido que salir urgentemente y me dijo que no abriera la puerta a nadie.

-Pero yo soy una anciana, no voy a hacerte daño. Solo necesito que me dejes entrar para descansar un poco y beber algo de agua.- replicó la decrépita anciana.

Finalmente Hans accedió a dejar entrar a la señora:

-Pase y acompáñeme a la cocina.

La vieja enlutada lo siguió hasta llegar a la misma. Entonces Hans señalando una silla le indicó que se sentara en ella. Mientras, él cogió un vaso para llenarlo con agua:

-¿La quiere fría o natural?- le preguntó el pequeño.

-Natural.- contestó la anciana.

Esta se bebió el agua de un trago y le dio las gracias. Acto seguido le preguntó- ¿para qué sirve ese aparato?- señalando el horno.

-Esto lo usa mi madre para cocinar. Ahí es donde hace asados y también donde elabora tartas y bizcochos. ¿Es que nunca ha visto un horno?- preguntó el ingenuo niño.

-¡Oh sí, claro que los he visto! Pero no así- replicó la vieja.- El mío es un antiguo horno de leña en el que también cocino mi comida, en especial, mi plato favorito, ¿sabes cuál es?- inquirió con tono inquietante.

-No- apenas pudo balbucear Hans.

-Yo te lo diré entonces.- replicó.- Mi plato favorito es la carne, pero como puedes ver apenas tengo dientes- dijo, mientras se los enseñaba.

Hans quedó horrorizado al verlos, pues aquellos no eran los dientes que él estaba acostumbrado a ver. Tan solo tenía unos cuantos en la parte superior pero eran afilados como cuchillos y negros como el carbón.

-Por lo tanto- prosiguió el vejestorio- me veo obligada a comer carne muy tierna. ¿Y sabes a qué tipo de carne tierna me refiero?

Hans ni siquiera pudo contestar pues un aire frío recorría su nuca y le hizo quedar enmudecido.

RELATOS DE MEDIANOCHE / VOL. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora