CADA NOCHE A LAS DOCE...

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Era su primer día en su nuevo apartamento, un tercero en un modesto bloque de viviendas ubicado en un barrio a las afueras de la ciudad. No obstante, para Prite el piso cumplía con sus expectativas ya que estaba bien comunicado con su lugar de trabajo teniendo en cuenta que la estación de metro estaba a unos escasos metros del edificio.

En cuanto al piso en sí, era un apartamento de unos sesenta metros cuadrados con un dormitorio, un amplio comedor, un cuarto de baño y la cocina.

Por el momento era todo lo que necesitaba pues no tenía pareja y él esperaba asentarse en su trabajo para luego alquilar o comprar algo mejor.

Había conseguido un puesto como redactor en un periódico local y aunque, de momento era algo temporal, él pensaba que tendría oportunidad de demostrar sus cualidades y conseguir algo estable e ir ascendiendo.

Terminado su primer día volvió a casa a eso de las nueve de la noche. Se preparó algo de cena, vio un rato la tele y sobre las once y media de la noche se acostó. Quería descansar y estar preparado para darlo todo durante sus primeros días de trabajo. Como se encontraba muy cansado a los pocos minutos estaba ya casi dormido.

Pero a las doce de la noche, un fuerte estruendo proveniente del piso de arriba lo despertó súbitamente. Se incorporó y se quedó durante unos minutos esperando oír algún ruido más. Pasado un tiempo y puesto que no se escuchó nada más, volvió a dormirse.

Su segundo día pasó si cabe más rápido que el primero. En el trabajo ya iba conociendo a los compañeros y los jefes parecían estar contentos con el poco trabajo realizado hasta la fecha.

Siguiendo su rutina, volvió a su casa a las nueve, se duchó, se preparó la cena y se acostó. A las doce volvió a despertarlo el mismo ruido y como la noche anterior se incorporó sentándose sobre la cama y tras unos minutos de silencio, volvió a acostarse.

Su tercer día transcurrió como los dos anteriores pero cuando llegó a casa coincidió en el ascensor con un vecino. Aunque no tenía confianza y no quería resultar grosero ni que pensaran que pudiera ser un vecino problemático, tras saludarlo se atrevió a preguntarle si conocía a los vecinos que vivían encima de su piso. Su amable vecino que se identificó como el señor Johansson se quedó muy extrañado y le comentó que nadie vivía en aquel piso desde hacía unos meses, en que sus últimos inquilinos lo abandonaron. El ascensor llegó al tercero y Prite se despidió de su vecino con ansías de saber más y algo inquieto por la respuesta de su vecino, el señor Johansson.

Repitió la misma secuencia de hechos de los días anteriores y a las once y media ya estaba en la cama. Sin embargo, decidió permanecer despierto hasta que fueran las doce. Quería permanecer alerta para poder escuchar cualquier sonido antes de que dieran las doce y así ayudar a esclarecer el origen del ruido.

De cualquier modo, eran las once y cincuenta y nueve y el silencio reinaba en su dormitorio. Pero al dar las doce volvió a escucharse el mismo ruido de siempre y tras este, se hizo de nuevo el silencio. Todavía despierto en la cama y con la mosca detrás de la oreja, Prite, ideó un plan: a la noche siguiente, subiría al piso de arriba media hora antes para observar si alguien entraba al piso del cual procedía aquel misterioso sonido; y en el caso de que este se produjera, estaba decidido a entrar al mismo así estuviera ocupado o vacío tal y como le había dicho el señor Johansson.

Pasado el cuarto día y según la rutina acostumbrada, al dar las once y veinticinco, Prite subió al piso de arriba y se paró frente a la puerta de la vivienda de donde aquel sonido venía. Nadie pasó por el pasillo y cuando ya faltaban solo cinco minutos para las doce, de pronto la puerta de aquel piso se abrió como invitándole a entrar. Por un momento dudó qué hacer, pero se armó de valor y resolvió que ya era el momento de averiguar qué se encontraba detrás de aquellos golpes que cada noche al dar las doce lo despertaba de sus sueños.

RELATOS DE MEDIANOCHE / VOL. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora