Capítulo 33

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"Si me vas a matar, al menos que sea de placer".

MOMO HIRAI.

—¿Por qué me miras así? —se cubrió rápidamente—. ¿No quieres? sé que no tengo experiencia, y probablemente soy frigida en la cama o...

La tomé del rostro y la besé con fuerza para callarla.

—No digas eso, no lo hagas más —le susurré contra los labios—. No eres frigida, eres hermosa, y tu cuerpo es sexy. Y esto... —tomé su mano y la puse sobre el pantalón, para que sintiera lo dura que estaba—. Lo provocas sólo tú.

Se remojó los labios, y ella misma movió su mano. Pero la detuve.

—¿Por qué no ahora? —inquirió.

—Porque no es momento, quiero que sea especial, Dahyun. Y no me digas: contigo ya lo es —hice una voz medio graciosa, consiguiendo lo que quería.

Que era borrar esa mirada confusa y algo dolida, para pasarla a una cálida y tierna. Así era Dahyun, y aunque por momento se olvidara de que podía ser tierna, cuando estábamos en momentos así, como estos. No dejaba de lucir como la mujer más hermosa. Hice su cabello a un lado y besé su mejilla.

—Acepto la cita.

—¿Sí?

—Sí, quiero saber que será.

—Te va a encantar, Dubu, de eso puedes estar completamente segura. Prepárate para el día de mañana, no entráremos a la universidad.

—¿Faltáremos?

—Bueno, faltar lo que se dice faltar tampoco exageres. Solo descansáremos, quiero que sea especial.

—¿Te puedo pedir algo?

—¿Qué?

—El pantalón y... la ropa interior.

—Sí, eso, pero antes hay que limpiarte, Dubu —fui en busca de toallitas, pero Dahyun me las quitó de la mano.

—Ya puedo yo sola, iré al baño.

—Adelante.

Dahyun entró al baño y yo aproveché para llamar a Sana rápidamente, vigilando que Dahyun no saliera.

—Espero sea importante, Hirai —gruño.

—No puedo creer que estés durmiendo, Sana Minatozaki.

—No estoy durmiedo, estoy descansando los ojos. Joder, me duele todo el cuerpo.

—Deja de quejarte, y cúmpleme un favor.

—¿Cuánto me vas a pagar?

Bufé, —Nada. Con suerte y te saludaré.

—Ah, entonces no...

—Espera, espera —eché un ojo hacia la puerta, segura de que Jennie no iba a salir—. Veinte dólares.

—¿Tan poquito valgo? no seas tacaña.

—Cien —ofrecí.

—Doscientos, y es la última oferta.

—No te pases, Sana, ¿por qué tanto si ni sabes que te voy a pedir? —me quejé.

—Mi tiempo es oro, nena. Valgo mucho, así que lo tomas o lo dejas, ¿qué decides?

—Joder, sí, pero necesito que me ayudes.

—Perfecto, ¿dónde quieres que nos veamos?

—Aquí en mi casa, sólo que yo te diré cuando venir.

Amando La Terquedad De Tu Alma. (Dahmo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora