Prefacio

497 66 22
                                    

Con su partida las nubes lloraron.

Bajo el paraguas su esposa también.

Las lágrimas amargas, llenas de dolor.

El niño confundido miraba sin comprender, un dolor ardía en su pequeño pecho mientras buscaba a su papá.

La esposa se agachó y suavemente le susurró.

—Papá ya no está pero él nos va a cuidar, quédate tranquilo mí cielo, él no nos ha dejado por completo —el niño contuvo las lágrimas aunque al final, estás ganaron la batalla mientras la comprensión llegaba a su mente.

La esposa lo alzó en brazos y con tranquilidad lo acunó contra su pecho, hasta que las lágrimas detuvieron su curso, dejando solo la huella de su presencia.

Con el pasar de las horas, la gente se despidió de la esposa, compadeciendo su alma rota.

El viento movía con lentitud la larga melena rubia de ella, de vez en cuando, cerraba sus ojos azules, intentando contener sus emociones, tratando de mitigar el dolor de su corazón.

El niño no dejaba de mirar el cielo aún en los brazos de su madre, en su mente se preguntaba si su papá estaba ahí, mirándolos, cuidándolos.

Cuando la noche comenzó a caer, cuando el cielo se tornó de un color más oscuro, tuvieron que abandonar el cementerio, dejando una parte de ellos bajo tierra.

Sylvain Muñoz,

padre, esposo e hijo.

Que en paz descanse.

«Algún día construiremos un lugar donde podamos ser felices juntos.»

Querido SylvainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora