Capítulo 1 El armario

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Sylvain

Estoy encerrado.

En un armario. Es pequeño, oscuro y creo que se me está acabando el aire. Tome una gran bocanada de aire, mi pulso está enloquecido, odio los espacios pequeños y la situación no estaba ayudando a distraerme. Mantuve los ojos cerrados. Esto no puede ser posible. Me repetí una y otra vez. Creo que me estoy hiperventilando.

—¿Te encuentras bien? —Abrí los ojos un poco y siento como su cercanía me roba el aliento. Leilani me miro, aunque no hay mucho que pueda ver en la oscuridad. Sus ojos azules lucen preocupados, sus piernas están enredadas en las mías, sus manos descansan incómodamente en mí pecho, sobre la camisa del uniforme escolar.

Joder.

Estoy encerrado, en un puto armario diminuto, con instrumentos de limpieza clavándose en mí espalda, un trapo sucio colgado sobre mi cabeza y, lo más importante e intimidante, con la chica que amo desde los diez años.

—Creo que me voy a desmayar —dije un poco conmocionado. Sentí la respiración de ella sobre mi rostro mientras su cuerpo se movía y tomaba mi rostro entre sus manos.

¿Cómo carajos llegamos a esta situación?

Ya lo recuerdo.

Había estado acompañando a Max en la fila para comprar algo en la despensa de la escuela luego del partido de fútbol que se había armado durante el recreo. En ese momento no me había percatado que la portera había dejado la llave del armario en la cerradura y la puerta abierta. El timbre ya había sonado, así que estaba un poco impaciente esperando cuando la vi pasar.

Leilani iba con su mejor amiga, su cabello corto rubio atado en una coleta alta. Su rostro lleno de pecas se veía cansado.

Creo que debía haberla estado viendo cómo un tonto porque cuando Max termino de comprar apoyo una mano en mi hombro.

—Ve a hablarle o alguien más lo hará, y no quiero escucharte lloriquear porque te robaron a la chica —me dijo siguiendo mi mirada.

—No creo —hice una pausa tratando de darle sentido, apreté los labios frustrado—, es que, ya sabes. Es medio imposible que me preste atención y... —comencé a darle vueltas al asunto como haría cualquier idiota. Un poco nervioso ante la idea de hablar con ella.

Últimamente, todo el tiempo, me encontraba en ese estado. Nervioso.

Podría decir que ella me intimidaba, no porque Leilani fuese una mala persona o realmente pudiera hacerme algo, si quisiera hacerlo podría mandarme a volar como cualquier otra chica pero no ella no era así. Simplemente es amable y divertida, con mucha energía cuando se emocionaba y la idea de ella, mirándome a los ojos me hacía temblar las piernas.

—No podes ser más idiota, ¿Que te va hacer? ¿Morderte? —lo escuché burlarse en mí oído mientras se reía, hice una mueca y acomodé las mangas de la camisa blanca hasta los codos, buscando una forma de desviar los nervios que hacían temblar mis dedos—. Dios mío, ¿Qué harías si no fuera por mí? —resoplo al aire y su agarre en mi nunca se intensificó.

—¿Qué estás queriendo decir? —le pregunté mirándolo confundido pero para cuando ya había terminado de pronunciar la última palabra, Max me estaba tirando hacia las chicas, él con una sonrisa simpática y confiada, su uniforme medio transpirado por el partido y agitado, el juguito multifruta en su otra mano. Y yo, bueno, parecía que iba a salir corriendo como si hubiera visto mi peor pesadilla—. ¡¿Pero qué haces?!

Grité en susurros, podía sentir como mis ojos se abrían hasta casi salirse y quise forcejear para irme pero él solo me miró y me guiñó un ojo apretando su agarre aún más y manteniéndome a su lado.

Querido SylvainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora