El primer recuerdo con Sergio es casi de los primeros que tengo de toda mi vida.
Estábamos en el patio de nuestra antigua casa, en uno de esos donde el jardín era enorme. Sergio me agarraba una mano mientras yo caminaba y me tropezaba en algunos momentos —apenas comenzaba a caminar—. Él siempre se fijaba en que no me cayera o cuando lo hacía, me agarraba con sus brazos y me levantaba para volver a intentarlo.
Nos llevábamos ocho años, así que él tenía más "madurez" cuando se trataba de cuidarme; y para mí, él siempre fue como esa figura paterna, ya que, como mencioné anteriormente, mis papás llegaban hasta la noche e incluso había días que no los veía por el mismo hecho de tanto trabajo, por lo que era Sergio quien siempre estaba ahí.
Él que me cuidaba cuando nadie más lo hacía.
Es por eso que no sé porqué mi actitud hacía él dejó de ser la misma cuando crecí. Supongo que fue por eso mismo, que crecí y quería ser más independiente, dejar de ser tan protegida por él y ser libre.
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Cuando cumplí cinco años, Sergio fue el único en estar en mi cumpleaños. Y el sexto, el séptimo, incluso en el décimo, él fue el que nunca faltó a mis fiestas en la casa. Era una niña, no entendía muy bien como funcionaba el mundo hasta que crecí. En mis cinco años, lo celebré con Sergio y mis peluches, a los seis años, con las barbies y alguno que otro juguete. A los siete, con más juguetes.
No fue hasta que cumplí los nueve que entendí que en un cumpleaños se suponía que tus familiares debían de estar ahí contigo, de celebrarte con un pastel o algo tan siquiera. Lloré porque me sentía muy sola, no tenía amigos con quienes celebrar, pero ahí estuvo Sergio, como todas las demás veces.
Esa vez, él me dijo:
—No llores, Uniqua. Vamos a hacer que este cumpleaños tuyo sea el mejor. —Me limpió las lágrimas de mi cara y me sonrió de la manera tan bonita que lo hacía. Me agarró la mano y salimos de la casa.
Para ese entonces, él ya comenzaba a trabajar, por lo que su primer salario lo gastó en un pequeño pastel de cumpleaños para los dos. Nos fuimos a un parque cerca de nuestra casa y ahí lo celebramos. Sergio cantó lo más alto que pudo, sin importarle que tan raro le miraran las demás personas y me hizo reír tanto que hasta la fecha lo guardo como uno de los mejores recuerdos que tengo con él.
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Cuando tenía siete años, se me cayó mi primer diente. ¿Y quién estaba en ese momento? Mi hermano mayor.
Corrí a mostrarle tal cosa y él solo se alegró y me sacudió el cabello.
—Mira quien ya creció. Estás a pocos años de ser una adolescente —comentó Sergio guardando el diente en una diminuta bolsa de tela. Me la dio y continuó—. Esto vas a ponerlo debajo de tu almohada y el hada de los dientes irá y te dará un pequeño regalo.
—¿El hada de los dientes? —pregunté expectante y con la emoción hasta arriba—. ¿La puedo ver? ¿Me puedo quedar despierta hasta verla?
—No, Uniqua, si la llegas a ver, no te dará nada. Tienes que estar dormida para que te de un regalo.
Observé la bolsita entre mis manos y asentí.
—¡Cómo tu digas, hermanito! ¿Y si tu la ves por mí? ¿Eso afectaría a mi regalo?
Sergio fingió que lo pensaba. Alzó el dedo y me tocó la punta de la nariz.
—No creo que afecte, así que intentaré verla por ti. Pero más vale que tu estes dormida, eh.
—¡Síííí! —grité emocionada y me lancé al cuello de Sergio para abrazarlo. Él me dio una vuelta en el aire y me volvió a dejar en el suelo—. Te quiero, hermanito.
—Yo también te quiero, Uniqua. Ahora vamos a cenar y entonces te irás a dormir, ¿entendido?
Esas veces eran las que nuestros papás no llegaban hasta tarde, así que Sergio tenía que cocinar. Mi hermano tuvo que aprender a hacerlo desde temprano para cuidar de mí, así que para cuando era un adulto, le iba de maravilla cocinando.
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Cuando tenía once años, entré a la secundaria. Estaba muy emocionada por iniciar una nueva etapa.
Sergio me acompañó hasta la entrada ese primer día y me tranquilizó con sus palabras, como siempre hacía.
—Te va a ir muy bien, Uniqua. —Me puso las manos en los cachetes y los apretó con suavidad. Me carcajeé por tal acción y él me soltó—. Haz amigos nuevos, diviértete como sabes hacerlo y, sobre todo, sé tu misma en todo momento. No dejes que otros te cambien quien eres, ¿de acuerdo, pequeña?
—¡De acuerdo, hermanito!
Volteé a ver las puertas que me separaban de mi siguiente aventura y de pronto comencé a entrar en pánico por todos los nuevos pensamientos que comenzaban a inundar mi mente.
—Sergio... ¿Qué pasa si no me quieren los demás?
El semblate de mi hermano cambió notoriamente, pero lo disimuló con una sonrisa y me sacudió el cabello, tal como le encantaba hacer.
—Bueno, en ese caso se estarán perdiendo de la fabulosa persona que eres tú. Ya verás que alguien te querrá allá adentro. Sea una o dos personas, mientras te quieran de verdad es más que suficiente.
Me dio un beso en la frente y me abrazó. Él me ganaba de altura por muchísimo, así que tenía que hincarse y ponerse a mi altura para darme un abrazo.
—Okey. Estoy lista.
—Ve y conquístalos, Uniqua.
—¡Sí, vaquero!
—Te quiero de aquí hasta el infinitio.
—¡Yo también te quiero, de aquí hasta el infinito y más allá! —le respondí casi gritando y él me sacudió el cabello. Me dejó libre poco después y tomé aire.
Me despedí con una mano y di un paso. Dos, tres. Pronto llegué a la puerta de la escuela y la abrí lentamente. Vi todo el interior y respiré profundamente. Volteé una última vez con mi hermano y me despedí nuevamente con la mano. Él me devolvió el gesto y articuló un "buena suerte".
Sin saberlo, y como en todas las etapas de la vida, mi vida cambió ahí adentro, en la secundaria.
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Palabras que nunca te dije
ContoJuno tenía una vida normal, si se le puede decir así. Sus papás nunca estaban en casa, lo que le dejaba la responsabilidad a su hermano para cuidarla, aunque muchas veces Juno se cansaba de él por lo mismo. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando J...