CAPÍTULO II - LUNA

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En ocasiones, me pregunto con fervor por qué la luna, en su siniestra majestuosidad, me observa con esos ojos de abismal maldad. Puedo sentir su rencor profundo, como un malevolente designio que se cierne sobre mí desde las alturas empíreas. Diría, incluso, que conspira en mi contra; se convierte en la cómplice silente de mis noches de insomnio. El susurro de la brisa nocturna se vuelve una promesa tenebrosa, como si el viento mismo fuera un aliado de la luna en su cometido de atormentarme. La odio, tanto como a los agravantes mosquitos que, como demonios alados, irrumpen en mi santuario a través de esa ventana entreabierta, llenando la habitación con sus zumbidos infernales, ecos del mismísimo averno. Quién habría de suponer que estos insectos no son atraídos precisamente por la luminosidad lunar. Todos la elogian, están cegados por la locura. Si tan solo pudieran vislumbrar el terror que yace tras su engañosa belleza: yo solo puedo contemplar su piel rugosa y leprosa, cubierta de cráteres gigantes y oscuros, como si fuera el rostro del abismo en persona.

¿Qué tiene de hermosa la luna? Supongo que posee el poder de manipular, es una consumada maestra de engaños: trapisondista. Quizás, los demás se dejan seducir con facilidad por palabras vacías, sin profundidad, porque las almas no buscan la sabiduría, solo el bálsamo ilusorio para sus mentes huecas y complacientes. Nadie aspira a erigirse como el cenit de la inteligencia, a nadie le inquieta el progreso, por lo que observo un constante desfile de fracasos. Me abruman con premura, es un descalabro efímero, y ¿qué puedo decir de los errores? ¿Quién extrae lecciones de ellos? Los necios, aquellos que se dejan embaucar por las falaces creencias y promesas de un individuo cuyo único propósito es construir las más viles mentiras en su camino y proclamar que "de los errores se aprende". La perfección es un mito: otra falacia en este repulsivo mundo que habitamos, gobernado por una moral nauseabunda y vomitiva.

No puedo hallar el descanso. Querría cerrar la ventana, pero las gotas de sudor recorren mi frente, caen frías sobre la almohada; si consigo moverme, percibo la sensación húmeda. Es incómodo, tan incómodo como el gélido y húmedo beso de un cadáver. Me envuelvo en la sábana para no escuchar el aleteo de los malditos mosquitos, tal vez debería ofrecerles una muerte rápida. Desvanecerme o perecer. Sin embargo, no tengo el ánimo de salir de mi refugio, la luna podría sorprenderme, sé perfectamente que me acecha; pues no ha testificado mi intento de cerrar la ventana o de escapar de la habitación. Ella sabe que estoy confinado, prisionero de su siniestra influencia. Solo podré encontrar reposo cuando se retire, cuando sus viles susurros cesen de torturarme, cuando los zumbidos dejen de ser estridentes y en su lugar fluyan en el aire las celestiales melodías de los ángeles, armonías silenciosas; el silencio, sin lugar a dudas, debe ser el canto de los ángeles, no existe nada más gratificante que el silencio en medio de esta noche lúgubre y opresiva.

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⏰ Última actualización: Sep 09, 2023 ⏰

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