6 | Nuevos amigos

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6 | Nuevos amigos

Karol.

Me planté frente a la casa, con una mano en la cadera y la otra cubriendo un poco mi rostro del sol.

La playa no se veía lejos, y el clima ayudaba mucho.

—¿Disfrutando la vista?

Giré de lleno hacia atrás. Oh no.

Ruggero estaba ahí, sin camisa y con los lentes de sol puestos. Gran vista, menos para mí. Por instinto, sujeté el pequeño camisón que me rodeaba. Estaba cubierta de pies a cabeza pero él iba muy descubierto para mí gusto.

—Me gusta observar —me encogí de hombros, dejando de mirarlo—. ¿A ti no?

Se colocó a mi lado, observando la playa al igual que yo en un silencio largo. Ni siquiera supe que me impulsó a preguntarlo.

—A veces —dijo—. Suelo observar lo que me interesa.

Lo dije en un tono calmo, tanto que me hizo fruncir el ceño, confusa, solo para notar que no había despegado la mirada de la playa.

—¿Te meterás al mar con todos? —preguntó.

Negué y volví a la realidad.

No estaba en mi planes hacerlo.

—No sé nadar —confesé para mi vergüenza—. Antes... era divertido. Ahora no es de mis pasatiempos favoritos.

—¿Y a que has venido, entonces? —preguntó de nuevo—. La playa es para eso.

—También se puede solo observar —repliqué—. No es obligatorio nadar.

Negó divertido.

—Como siempre, llevando la contraria —sonrió un poco.

—Tú te lo buscas.

Antes de que pudiera decir algo alguien gritó su nombre desde el interior de la casa. No había que ser adivino para saber quién era y por su rostro cansado y aburrido, me hizo dar cuenta que no estaba muy contento por eso.

—Creo que se irá a dar un paseo con algunas amigas —murmuró—. Las encontró por aquí y en parte lo agradezco.

Lo miré confusa. Más que antes.

—Hablas de ella como si te pesara tenerla cerca. Es tu novia.

—No lo es —repuso de inmediato—. No somos novios. No realmente.

¿No lo eran?

¿Y entonces que eran?

El segundo llamado de su nombre volvió a oírse y está vez no tardó mucho en desaparecer de mi lado sin ninguna explicación. Me quedé mirando el sitio vacío que había dejado.

—Aquí estás —Giovanna se acercó a mi, con su bolsa en mano—. Venga, la playa luce genial para disfrutar de ella. No dejemos que el día avance.

—Se ve bastante bien —concordé—. Vamos.

—Y tal vez sea tu oportunidad para aprender a nadar.

No sonaba mal, sin embargo no me creía lo suficientemente valiente para hacerlo. Necesitaba algo más que ganas para querer aprender y ese día no estaba a en mis planes. Durante los primeros treinta minutos todas nosotras nos dedicamos a relajarnos encima de los camastro de playa, mientras los chicos tenían una especie de luchas en el mar. Se veían divertidos, y Ruggero había vuelto a unirse.

Al cabo de un rato salieron de la playa, escurriendo las gotas saladas por todo el cuerpo. Tomaron su lugar al lado de nosotras.

Ruggero, sin invitación alguna, lo hizo a mi lado. Su brazo mojado por el agua de mar rozó mi rodilla en un descuido, algo que me hizo dar un brinco. Tal vez por la sensación tan peculiar o por lo fría que estaba su piel en ese momento. Me incorporé en el camastro, algo avergonzada al igual que él.

La jugada del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora