13 | Seamos amigos

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13 | Seamos amigos

Karol.

Por Dios, iba a morir joven.

La cabeza me estaba matando y allá abajo, parecían no darse cuenta. El sonido fastidioso de la licuadora hacia eco por todas partes dentro de mi cabeza. Cubrí mi cabeza bajo la almohada apara acallar el ruido, pero no sirvió de nada. Molesta me obligué a incorporarme de la cama. El movimiento provocó que la sábana que antes me cubría resbalara de mi cuerpo, haciéndome notar que estaba semidesnuda en la cama.

No recordaba haberme desnudado.

La puerta se abrió de pronto, mostrando el rostro serio de mi madre y recogí a toda velocidad la sábana para cubrirme.

—Buenos días.

Me acomodé mejor sobre la cama.

—Hola, mamá.

—Que bueno que ya estás despierta.

El tono que usaba iba acorde con la mirada asesina y el rostro serio que tenía.

—¿Qué sucedió anoche? —va directo a lo que quiere saber, como siempre—. Te busqué por todos lados. Desapareciste de la nada y no avisaste.

Recordaba haber estado bebiendo junto a Giovanna luego de buscarla, también recordaba reírme con ella y hablarle acerca de mi distanciamiento con Ruggero, pero luego de eso las imágenes se borraban y era poco consciente de lo que había pasado. La miré avergonzada. Mamá pareció notar que no podía darle una respuesta.

—Escucha, no sé que está sucediendo contigo —me señaló—, pero me gustaría entender que te traes entre manos ahora. ¿Qué es lo que te pasa?

—No me pasa nada, mamá.

—¿No? Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que ahora me ocultas cosas? —nunca le había agradado la desconfianza. Viví demasiado tiempo bajo su brazo protector y le había contado lo poco que podía contar—. No quiero creer que es gracias a tus nuevas amistades —dijo con un deje de fastidio.

Ahí estaba el verdadero motivo de su molestia. A ella no le agradaba nadie que tuviera que ver con la familia de Bruno, eso incluía a su hijo. Una parte de mi quería defender mi punto, la otra solo quería acabar con esto e  ir a mi trabajo.

—Mamá, no necesitas preocuparte por esto. Estoy bien. Ya no soy una niña.

Ya hacía un tiempo que deje de serlo, aunque los recuerdos feos de mi niñez seguían atemorizándome a pesar de los años.

—Sé que no lo eres, pero intenté protegerte de tus malas decisiones.

—No hablaré de esto una vez más —dije poniéndome de pie—. Necesito vestirme para el trabajo y ya voy tarde —murmuré sabiendo que eso le molestaría. Me miró unos segundos más antes de darse vuelta para salir de la habitación.

Odiaba esa maldita tensión entre nosotras, pero odiaba que siguiera cuidándome como si fuera tan frágil. Tal vez esa era la imagen que permanecía en sus ojos. La de la niña y sus pesadillas de aquel maldito día a lo largo de los años y que en ocasiones aún aparecían.

Negué una vez más y me permití dejar caer la sábana por completo, después me metí en la ducha. Para cuando terminé de vestirme bajé a la cocina. Necesitaba comer. Y también necesitaba buscar unas pastilla para que el dolor de cabeza me dejara en paz.

—¿Hambrienta? —me asusté en cuanto escuché la voz de mi abuela detrás mío. Ella sonreía divertida.

—¿Qué haces ahí? —pregunté con una mano en el pecho—. ¿No deberías estar cuidando de tu jardín?

La jugada del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora