8 | Ducha fría

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8 | Ducha fría

Karol.

Sabía muy bien que a veces era una amargada total, y que la mayoría de personas solía considerarme así, pero eso no quitaba que una que otra vez, quisiera volver a ser una niña pequeña. En línea de esa idea yo me había comprado una bicicleta.

Siempre quise tener una, así que esta era mi gran oportunidad.

No era la gran cosa, pero estaba harta de pagar un taxi con un hombre serio y amargado conduciendo, y también estaba harta de caminar mucho antes de llegar a mi trabajo. Y podía evitarlo ahora que tenía una linda bicicleta de color amarillo chillón, como el sol y como el verano de Pescara.

«Muy infantil incluso para mi.»

Nadie podía juzgarme por querer algo por una vez en mi vida. Y esa bicicleta era mía después de muchos años.

Resultó divertido manejar en ella hasta el trabajo, pero resultó igual de sorpresivo para mi familia como para los de la tienda la que trabajaba.

—¿Karol, qué es eso? —Brittny lucía confundida, con medio cuerpo por encima del mostrador y su ceño fruncido.

Escondí la bicicleta detrás del mostrador para que nadie más la viera. La gente fina no sabia ni siquiera lo que era una bicicleta.

—Mi medio de transporte —dije obvia, a la vez que dejaba mis cosas en la canastita—. La compré ayer.

—¿A qué hora? Si no tienes tiempo.

—En línea, Brittny. En línea.

—¿Una bicicleta? ¿En serio?

El tonito me disgustó.

—Oye, no juzgues. ¡Me gusta! Y además no necesita mucha ciencia para aprender a usarla.

Aun me daba algunos golpes y trompicones, pero los tutoriales de internet eran bastante buenos.

—No necesita mucha ciencia —reflexionó—. ¿Por qué no me pediste que fuera yo quien te trajera al trabajo? Era más fácil eso.

—No me gusta deber favores. Además, el auto no es tuyo, y... ¿qué tiene de malo? A mi me gusta.

—Bien, es tu decisión. Lo único que te pido es que el jefe no lo vea, de lo contrario va a llamarte la atención. No le va a parecer un buen accesorio en su tienda.

—Lo tengo claro.

Cuando su regaño terminó me dediqué a atender junto a ella una cantidad de clientes bastante considerable. De hecho, parecía que se lanzaban por grupos, así que para la media tarde yo estaba agotada, ¿y lo peor? Ni siquiera habíamos hecho el inventario de fin de mes. Me hubiera quejado fervientemente si en mi horario no hubiera recibido un día libre, de lo contrario lo habría acusado de explotador.

Volví a casa para la media en mi recién estrenado vehículo. Era un poco peligroso para cualquiera pero estaba segura de que nada malo iba a pasarme. Los siguientes tres días fue totalmente tranquilo, rutinario. Solía salir todas la mañanas en mi bicicleta y regresar a altas horas de la noche.

Para el día sábado tuve un día libre. Dos en total si sumaba el domingo.

Mi jefe tenía esa costumbre, y al menos, una vez al mes uno de los trabajadores tenía un día libre y ese sábado fue mi día, así que llamé a Giovanna y la cité en una cafetería a algunos metros de la playa. Posiblemente su café ya estuviera mas frío que nada. Cuando apareció tenía una enorme sonrisa clavada en el rostro.

—Siento la demora —se disculpó sentándose en la silla—, mi padre y sus cosas me retrasaron un poco. ¿Llevas mucho tiempo aquí?

—No tanto.

La jugada del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora