10 | La clase de natación

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10 | La clase de natación

Ruggero.

¿En qué momento había sido una buena idea la propuesta de convertirme en profesor de natación?

Al parecer, los tragos de más y el ambiente divertido me habían hecho decir tonterías de las cuales ahora me cuestionaba. Al parecer mi cerebro se desconectaba con el alcohol y era capaz de venderme a mi mismo sin darme cuenta.

Era un domingo por la mañana. Temprano, muy temprano. Por lo menos había mirado el reloj unas cinco veces, en busca de que la hora estuviera mal y yo pudiera seguir durmiendo, pero no era así. No había vuelto a casa de mis padres tras el termino de "relación" con Valentina. Prefería evitar los problemas con ellos y dormir solo en mi departamento, aunque eso implicara levantarme a prepararme un desayuno.

En aproximadamente 10 minutos tuve el desayuno listo. Tostadas, huevo, café y ensalada. No se veía también como la comida hecha por sirvientes pero era comestible.

Me metí a la ducha un rato después. El agua se estaba caliente para mí, no como aquella vez que sin querer le jugué una mala pasada a la pequeña Grinch. Aun recordaba su rostro enojado y la furia recorriendo su cuerpo mientras me gritaba un sin fin de cosas sobre mi supuesta maldad. Pero eso no era lo único. También tenía flashbacks de nuestra discusión posterior, esa en la que tuvimos cero respeto por el espacio personal y algunas miradas nerviosas de su parte.

Negué de inmediato. Estaba pensado tonterías.

Salí del baño con la toalla atada a la cintura y me di tiempo —entre tanto— de mirar algunos de los mensajes que lucían en mi pantalla.

Los primeros eran de la empresa. Aburrido. No quería cuestiones laborales en domingo, así que lo ignoré.

Los siguientes mensajes eran de mis amigos en el grupo que compartíamos —para mi mal—, y también los ignoré. Dos espacios más abajo estaban los mensajes de mi futura alumna. Y a esos no pude ignorarlos.

Karol: Llegaré un poco tarde.

Karol: No te preocupes, aún quiero las clases.

Admito que me había sorprendido un poco el que la tuviera agendada, luego, recordé el problema de las fotografías. Giovanna me lo había dado.

Solo me atreví a contestar con un emoji de manito arriba. No quería ser grosero y dejarla en visto, ni tampoco pretendía responder algo más. Una simple mano bastaba. Conforme con eso me puse de pie frente al armario para vestirme de acuerdo a la ocasión. Un short y una playera, adicional iba a llevar algún traje de baño.

Salí del departamento justo en el momento exacto para encontrar al ama de llaves del edifico que haría la limpieza. Me despedí de ella tan rápido como pude. Conduje por lo menos una hora —que era el tiempo en que tardaba en llegar a la playa—, y estacioné al lado de los otros autos. El tipo que los cuidaba se acercó y le di las llaves en el aire.

—Cuídalo —advertí con una sonrisa.

Ese auto costaba más que mi vida.

Estaba por irme, pero me detuve en cuanto noté la pequeña bicicleta que también se encontraba en el lugar. Una de color amarillo chillón que adornaba el lugar entre tantos autos. No iba a pasar desapercibida de esa forma.

—¿Y eso? —pregunté señalando la bicicleta.

—Una señorita —dijo colgando mis llaves—,  creo que no es aquí. Tiene un acento muy marcado.

—¿Era bajita?

—Y de ojos verdes.

Sonreí.

Si era de ella.

La jugada del destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora