| 𝟎𝟔 |

3.2K 300 48
                                    

𝐋𝐎𝐒 𝐋𝐈́𝐌𝐈𝐓𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃

Al día siguiente me levanté con peores punzadas de dolor que el día anterior, si eso era posible. Hice movimientos lentos y pausados, tratando de mover los músculos para que dejara de doler, pero solo empeoró. Bajar las escaleras fue una agonía, bañarme fue un infierno y vestirme la peor de las condenas. Tuve que tomar mis lentes redondos de metal porque me había quedado dormido con los lentes de contacto y casi no había podido despegar los ojos aquella mañana. Fuí a la cocina para hacerme un café y ví que el señor Jeon no se había molestado en guardar nada; ni la agenda, ni las fotos, ni la compra. Ni siquiera su cinturón negro. Así que tuve que hacerlo yo. Despertarse de esa forma era tan maravilloso que uno solo deseaba saltar de alegría en dirección a la ventana y de allí al suelo de la calle.

Cuando terminé de recogerlo todo, menos el cinturón, me senté al fin a disfrutar de mi café con leche templado. Oí unos leves pasos por las escaleras y el señor Jeon apareció por la cocina con su expresión seria y su mochila de deporte colgando de la mano.

—Buenos días, señor Jeon —lo saludé, decidido a fingir que la noche anterior no había sido real.

—¿Lentes? —me preguntó, resaltando la obviedad.

—Sí, hoy tengo los ojos secos para llevar contactos.

Él asintió con la cabeza.

—Vámonos —ordenó.

Apuré los últimos tragos del café y tomé mi mochila. No tenía ganas de ir al gimnasio, pero no creía que llegará el día en que me despertará y me dijera a mí mismo: «Dios, qué ganas tengo de quedarme sin aire y que me duela todo el cuerpo mientras sudo como un puto cerdo».

Nos metimos en el ascensor y descendimos en silencio hacia el garaje. Saludamos a Zirton y nos metimos al coche, una tarea complicada para mí con tantas punzadas alrededor del cuerpo. Casi me tiré sobre el asiento con un jadeo antes de mirar el celular por primera vez en la mañana, revisé la agenda del día y aguanté un resoplido al ver doce correos nuevos, veinte mensajes y alguna que otra llamada perdida. Empecé a teclear deprisa sobre la gran pantalla, pensando en que, quizá, pudiera sacarme uno o dos correos de encima antes del gimnasio.

—JiMin —me llamó el señor Jeon. Me detuve y lo miré—. Quiero hablar contigo.

Sentí cierta incomodidad y dejé el celular a un lado, dispuesto a escuchar lo que él tuviera que decirme. Pensé que querría justificar su actuación de la noche anterior, cuando se había masturbado delante de mí, y ya tenía la respuesta preparada.

Pero el señor Jeon me miró en silencio y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las piernas y los dedos entrelazados como cuando hablaba de algo importante.

—Estoy muy sorprendido de ti —comenzó entonces, manteniendo un tono profesional y serio que tomó desprevenido—. Sé que soy un hombre difícil de complacer y muy exigente; tanto en la empresa como en mi vida privada. Te he llevado al límite en numerosas ocasiones estos últimos dos días y tú has superado todas mis expectativas. Incluso ayer en la noche has demostrado ser un profesional y una persona de confianza —ahí estaba—. Por eso creo que mereces más de lo que te estoy pagando. —Se detuvo un momento por si yo quería hablar, pero como no dije nada, continuó—: Te daré 15 millones de wones al mes si firmas un contrato de permanencia por un año.

—Quince millones... —repetí lentamente, sintiendo que me atragantaba con aquella palabra.

—Quince millones limpios —dijo él—. Todo lo demás correrá a mi cuenta, como hasta ahora.

SR. JEON┃KOOKMIN [+21] ADAPTACIÓN «El Jefe Y El Ayudante» Donde viven las historias. Descúbrelo ahora