Bloom | happybear

3. Manada

―Puedes quedarte quieto de una vez por favor ―gruñe Conter, mucho menos como una petición amable y más como un reclamo hastiado, el enojo acentuado en cada una de sus palabras y acompañado con un empujón bruto al final.

―¿Qué decís, conejo de mierda? Si yo estoy quieto ―gruñe Spreen en respuesta, dándole un codazo el doble de agresivo. Estando recostados lado a lado, el golpe le pega de lleno en las costillas al otro, por lo que Conter sisea de dolor y abre los ojos, listo para retrucarle.

―Dejen dormir, pendejos atrevidos ―refunfuña Farfa, cerca de ellos en el lecho que toda la manada está compartiendo esa noche, su voz ronca por el sueño. Se remueve molesto y empuja a ambos, haciendo que gruñan al unísono. 

―Díselo al estúpido que además de perderse la cena por andar cortejando a un Omega no puede mantener el culo quieto por estar pensando vaya a saber uno qué cosas.

―Cerrá el orto la concha de tu madre ―responde Spreen, algo chillón en su tono, casi infantil. Le pone la mano en la cara a Conter y lo empuja hacia atrás en un intento por borrar la sonrisa socarrona de su rostro y detener sus palabras. La mención de Carrera le pone los pelos de punta, sobre todo por la forma en la que Conter lo nombra y lo que insinúa de él. El sentimiento es tan intenso que sólo le sale insultarlo, pero realmente quiere advertirle que «no hables así de Carre», casi en un instinto protector, como una fuerza que lo sobrecoge, le aprieta los adentros y tira.

―Ya me parecía a mí que había olor a Omega ―acota Cris, también medio dormido, moviéndose para abrazar a Spreen desde atrás, olfateándole la nuca exageradamente. La reacción irritada de Spreen es inmediata; lejos de tomárselo con gracia, empuja a Cris con los puños, tanto como para lastimarlo en serio, lo que termina siendo demasiado violento, un exceso del que no repara. 

La brusquedad de su respuesta tampoco es tomada a la ligera, tal vez por el sueño que todos tienen, y de repente hay demasiados Alfas gruñendo y mostrándose los dientes entre sí, ya no de forma afable sino más bien amenazante, primitiva. Eso sólo significa una cosa y es que puede terminar en tragedia.

―¿Qué coño les pasa ahora? ―pregunta Serpias, levantando la cabeza y mirándolos con el ceño fruncido.

―Spreen está arisca hoy ―murmura Shadoune, acostado de panza, perpendicular al resto. Su tono es burlón y hay una sonrisa somnolienta en su rostro, poco afectado por la situación y aparentemente entretenido. Spreen aprovecha su posición para patearle el brazo y se gana otra queja.

―Arisca está la muy puta de tu hermana ―escupe, cualquier tipo de control sobre sí mismo completamente desaparecido de su voz, que suena por demás hostil y áspera―. Y volvete a dormir que a vos nadie te habló, culo roto.

―Spreen ―es la advertencia de Farfa, esta vez despierto y mirándolo fijamente. La manera en la que dice su nombre, alta y severa, hace que se forme un silencio expectante―. Andate a la cucha si estás berrinchudo, pibe.

Ante eso no hay comentarios, sólo Conter que se ríe por lo bajo, dándole la espalda rápidamente para evitar más reprimendas. Spreen, haciendo una mueca, termina por bufar y levantarse sin decir nada. Se aleja de la manada dando pisotones y con el ceño profundamente fruncido, incluso inflando los mofletes un poco. No hay más burlas detrás de él, nada más que suspiros de alivio y pronto sonoros ronquidos.

Esa noche termina por dormir solo en un árbol, frustrado con sus amigos, pero mucho más consigo mismo.

(...)

Es el último de la manada en dormirse y el primero en despertarse. Por mucho que le moleste admitirlo, es verdad que está tenso, irritable incluso, pero no consigue que su cuerpo se calme. Se siente rebosante de energía, electrizado, casi como si pudiera correr una vuelta entera al amplio bosque sin cansarse y todavía más. Podría pelear mil batallas, cavar un millón de pozos sin transpirar. Es tanto lo que retienen sus músculos que su mente es un desastre.