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CAPÍTULO UNO. CAUSAR ESTRAGOS
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Lady Emeline lucía como una deseable doncella usando el vesido rosado con contraste dorado brillante combinado con su cabello similares a delgados hilos de oro. En sus manos cuidaba libros que con Helaena iban a leer, se acercaba la hora de la lectura donde ambas doncellas tomaban asientos en los jardines del castillo dedicando horas pacíficas a la leyendas épicas. La princesa Helaena Targaryen era una agradecida de tal actividad ya que disfrutaba de la voz de la joven Lannister lograba llevar a la calma su respiración y pulso.
Los que pasaban por el lado de las adolescentes no podían evitar mirar de reojo el pacífico cuadro protagonizado por Emeline y Helaena, donde la princesa reposaba su cabeza sobre las piernas de Lannister que leía aquella mágica leyenda respecto al sol y la luna, una historia trágica amorosa que culminaba de la creación del día junto la noche tal cual se conocía. La jinete de Dreamfyre observaba el cielo deteniéndose en los detalles de las blancas nubes imperfectas, buscándole alguna forma coherente más allá de las curvas.
Mientras Emeline pasaba las páginas con una delicadeza extrema por no dañar el papel, el tiempo pasaba más rápido. Amables sirvientas trajeron delicados postres donde ambas se encontraban, ofreciendo pasteles de miel que Helaena se negó a consumir, pero su amiga no se portó recatada y se atrevió a disfrutar el dulce. En reino era testigo de la relación entre la princesa y la doncella, no había maldad en las actividades e incluso la reina consorte Alicent se mostraba abiertamente agradecida con Emeline Lannister.
──Otra vez ── fue lo único que demandó Helaena jugando con una flor entre sus dedos.
──¿Desde el principio?
La princesa asintió sin hacer contacto visual. Emeline se acomodó el libro sobre los muslos sintiendo el agradable aire calmar el calor de su piel, retrocedió hasta la primera hoja comenzando su lectura manteniendo el tono dulce y la modulación clara mientras Helaena Targaryen cerraba los ojos imaginando cada palabra que sale de la boca de Lannister. Cuando pausaba era para dar una delicada mordida a su capricho azucarado, así pasaron parte de la tarde hasta que el sol dejó de ser igual de intenso y las hojas dejaron de hacer suficiente sombra sobre sus cabezas.
