No lo sé

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El suave resplandor de la mañana siguiente acarició el rostro del jóven de cabellos negros que reposaba bajo una capa de mantas, provocando que arrugara la nariz mientras abría con lentitud los ojos, devolviéndole la mirada al cielo como un espejo.

Por un momento su cerebro había borrado todo rastro de los sucesos de esos días y en esos instantes pudo sentirse pleno, reconfortado entre sus cobijas y seguro.

Se estiró, feliz como hacía mucho tiempo no se sentía y entonces un grito desde su sala lo tiró de su nube de ensoñación.

—¡Danny, escuela! —Jazz lo llamaba y esas únicas palabras le hicieron recordar que debía ir a clases; clases, escuela, todos en la escuela, las burlas, el enojo, Vlad.

Con ese último pensamiento se levantó saltando y resbalando de las cobijas hasta el suelo. Vlad, había hablado con él el día anterior para hacer una tregua y lo único que logró fue casi llorar frente a él y exponer su intimidad.

Estando en el suelo pudo sentir cómo su rostro se encendía de la vergüenza, nunca se imaginó que pudiera llegar a ser tan vulnerable ante él, ni siquiera en los momentos en que se había desmayado en alguna batalla despertó con esa sensación de miedo tan grande.

Pero ahora no sólo debía lidiar con el acosos de todos en la escuela, por haberlo visto desnudo y por desquitarse con él por las leyes del mayor, sino que ahora tenía que lidiar con ese profundo terror que se le había instalado en el pecho por tan sólo imaginar que Vlad pudiera saber todos sus secretos, por Dios ni siquiera cuando descubrió que el halfa espiaba a su familia de vez en cuando se le había cruzado ese temor por la cabeza, ahora no sabía qué hacer.

Recordando que Sam había llamado a todos para hacer la protesta de ropa creyó que lo mejor sería asistir con su ropa habitual y no con el uniforme, en realidad no sabía qué sucedería ese día, ni qué era lo mejor, ya que no había visto a sus amigos después del enfrentamiento con el halfa más grande y esperaba poder compensar un poco su desaparición apoyando a su amiga.

—¡Danny! —le gritaron una vez más, lo que le irritó.

—¡Ya voy, ya voy! —se levantó de mala gana y fue hacia su armario a buscar su ropa. Esa típica ropa que le caracterizaba era su favorita por haberle brindado tanta seguridad cuando más la necesitaba, primero sus pantalones holgados, estos le habían dejado repeler las miradas curiosas por aquello que no había y después su playera blanca, aquella playera era perfecta para ocultar todo lo que aún le sobraba.

Ya listo tomó su mochila con rapidez y salió corriendo hacia las escaleras, tenía algo de miedo y mentiría si no lo admitiera, no quería sufrir más tiempo las burlas sobre su cuerpo y tampoco el acoso por la molestia a causa de las nuevas leyes.

Ya en la cocina estaba por tomar cualquier fruta del centro de la mesa para correr hacia el coche de Jazz cuando su madre lo detuvo.

—Espera cariño —Maddie se acercó hasta su hijo mientras se quitaba la capucha— el señor Lancer nos mencionó ayer que hubo un... problema en la escuela —el estómago de Danny se contrajo, ese tono condescendiente le hacía darse cuenta que estaba intentando reconfortarlo, sólo podía ser por algo.

—Estoy bien, mamá —mencionó intentando parecer despreocupado.

—Pero cariño... —la mujer tomó el hombro del más joven, haciendo que Danny se tensara.

—Estoy bien, de verdad —dijo, con una sonrisa, procurando olvidarse de la sensación de la mano en su hombro, tan cerca de su pecho.

—Está bien —dijo la castaña suspirando, no quería presionar a su hijo, esperaba que este pudiera tenerle la confianza suficiente si algo más sucedía— pero sabes que estoy aquí si me necesitas.

No me entenderías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora