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Podía ver la resignación en los ojos de su madre cuando hablaba diciendo que un hijo de su amigo la había llamado para invitarlo a la fiesta de Halloween, pero que él ya se había encargado de decirle que no, como siempre.

—La vida pasará rápido frente a tus ojos y no podrás detenerla cuando te des cuenta, hijo.

Dicho aquello cerró la puerta tras su espalda dejándolo completamente solo en su habitación y sumergido en una oscuridad profunda. Estaba sentado de piernas cruzadas y espalda erguida sobre la cama como si estuviese meditando, el olor a incienso de lavanda lo ayudaba a relajarse y de paso darle un buen aroma a uno de los espacios más importantes de su vida.

Era cierto, no iba a ir a la fiesta de una persona que no conocía del todo y menos un lugar donde hubiesen muchas personas reunidas, porque apostaría su mano que terminaría encerrado en un baño llorando con un ataque de ansiedad, cuestionándose por qué era tan patético. ¿Psicólogos? Muchos, pero nadie parecía importarle demasiado, incluso una vez visitó uno a la edad de 12 años que le dijo que solo era un niño malcriado que quería llamar la atención.

—Pendejo— Murmuró.

¿Cómo iba a querer llamar la atención cuando era feliz siendo invisible frente al ojo humano?

Podía ir al supermercado o caminar en la calle siempre y cuando fuera por breves minutos, pero antes era peor, mierda, antes apenas se atrevía a sacar la cabeza de la casa sin observar constantemente a su alrededor pensando que alguien lo golpearía.

Tenía recuerdos vagos de que las cosas no fueron así todo el tiempo, de que sonrió en reiteradas ocasiones, de que jugaba en la caja de arena del parque con otros niños ¿Habría tenido 3 o 4 años? Después las cosas se volvieron grises cuando una noche escucho los golpes fuera de su habitación mientras sostenía sus Legos, los gritos de su padre eran cada vez más altos, estaba discutiendo con su madre. ¿¡Se estaban golpeando!?

Esa noche con cautela abrió la puerta de su habitación y el escena que se imaginó era exactamente la que pensó que vería. Su madre estaba convertida en un ovillo contra una pared, quién miraba con los ojos llenos de lágrimas y permitía que el hombre la golpeara y gritara todo lo que pudiera.

—Y nunca te defendiste— Susurró.

Con el paso de los años las peleas se hicieron constantes, a los 7 Quackity dejó de ir a la escuela para recibir clases particulares en la casa de su abuela paterna, a los 10 su madre se enfrentó a juicio dónde el hombre la había acusado de violencia intrafamiliar, pero fue su testimonio como hijo de ambos la clave para que no lo detuvieran; su madre jamás le había puesto siquiera un dedo encima, es más, siempre permitía que abusara de ella para no hacer el caos aún mayor.

Después de eso la situación se revirtió, su padre perdió la custodia pero no fue detenido, en cambio se le puso orden de restricción para acercarse a ambos. Nunca más lo volvieron a ver, la última noticia que tuvieron de su persona fue que se había ido a América y que estaba formando una nueva familia.

Quizás por ello tenía fobia social, se acostumbró a esconderse bajo la cama cuando habían peleas, a no interactuar con otros niños y recibir clases particulares hasta el último año de la escuela.

—Hijo— Su madre se asomó por la puerta— Saldré con la señorita Clark, ¿estarás bien?

No pudo evitar sonreír cuando le vio hacer lo mismo, su madre estaba rehaciendo su vida hace 1 año aunque ella lo negara con las mejillas sonrojadas.

𝘚𝘦𝘹𝘶𝘢𝘭 𝘞𝘳𝘪𝘵𝘦𝘳 !¡ 𝘙𝘶𝘣𝘊𝘬𝘪𝘵𝘺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora