JUNIO: (1)

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Añoro que el techo ceda en el gran almacén de Keehn's. Por una amenaza de bomba. O incluso por un simple corte de luz. Cualquier cosa para detener la tortura de las compras de trajes de baños con mi madre.

-¿Qué tal éste? -Mamá sostiene un pequeño bikini con lunares de color naranja.

Escaso. Todos eran bastante escasos.

Me quedo mirándola. ¿Está loca? Eso no me va a quedar. Y aunque Keehn's tiene de mi tamaño, sería un crimen contra la humanidad mostrar esa gran flacidez en público. A juzgar por la expresión de la vendedora de cara prácticamente cóncava quien me examinó de arriba a abajo y que ahora está comparando mis medidas con el curita naranja con cadenas que mi mamá sostiene... No soy la única que piensa eso.

-¿Qué? -pregunta mamá.

-Nada. -Niego y finjo navegar. No vale la pena entrar en eso. No quiero hacer una escena. Además, mamá no tiene ni idea. ¿Cómo podría? Incluso cuando tenía ocho meses de embarazo de los gemelos, llevaba ropa de maternidad de tamaño medio. Yo tenía doce años entonces, tratando de camuflar mis curvas en crecimiento bajo grandes playeras. Ella gritó acerca de cómo nunca había usado talla media en su vida y se refirió a sí misma como una vaca. Desde entonces, quité todas las etiquetas de la talla de la ropa.

Ella lo sostiene contra sí misma.

-Es muy lindo.

-Ve por él -le digo.

-Me gustaría, en un instante. -Ella aprieta la piel de su vientre plano-. Si no fuera por esta panza. Y estas estrías. Nadie quiere ver eso. Asquerosas.

¿Panza? Sí, claro. Nadie quiere ver ninguna flacidez absoluta, tampoco. Ruedo los ojos. Sé que soy más grande que ella. Si cree que es horriblemente gorda, ¿qué podía pensar de mí? No digo nada de eso, sin embargo. Ella me llamaría listilla. Tal vez lo soy. Pero estoy hambrienta, y cansada de pretender buscar algo que nunca voy a encontrar.

Luego se inclina cerca, todavía con el bikini, y pone su brazo alrededor de mí. Estoy segura de que piensa que está siendo discreta, pero la gente está viendo. Ella susurra:

-Con un poco de esfuerzo, podrías estar en este juego en cualquier momento. Si quieres, lo compraré para ti. Como incentivo.

¿Incentivo? Más bien como un recordatorio diario de lo que no soy.

-No. -Me alejo y quito dos perchas-. Está bien.

-Podríamos volver a Weight Watchers -sugiere, todavía susurrando.

He estado allí, hecho eso: en cuatro ocasiones diferentes desde que tenía diez años. Pierdo un poco de peso, sólo para ganarlo de nuevo y algo más. Además, ¿A quién quería engañar? Las dos sabemos que a ella no se le permite participar, porque no tiene sobrepeso. Ni siquiera está en la parte alta de su rango normal. Queremos decir yo me uno y ella vigila cada bocado que pongo en mi boca. No, gracias.

-Qué tal si yo...

-¡No! -interrumpió.

Una pequeña mujer de pelo gris que navega por el bastidor me frunce el ceño. Aparto la mirada.

El verano entre la escuela media y la secundaria, mi mamá no era más que agente de bienes raíces, sino también mi chef personal y entrenadora, o "comida y gimnasio Nazi", como mi amiga Cassie la llamaba. Su plan para enseñarme el control de porciones y la euforia de la endorfina terminó enseñándome cómo colar comida chatarra y lesiones falsas. Gané cinco libras. Después de la física completa y de hacerme exámenes de tiroides mamá insistió en que regresara a lo normal, dándose por vencida.

45 poundsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora