Después de que dejamos el centro comercial, le pido a mi madre y a Mike que me lleven a donde la abuela.
—Caminaré a casa después —les digo.
—Deja tu actitud ahí —me dice mamá mientras la puerta de la minivan se cierra. Supongo que estaré aquí por un rato. Tecleo el código de seguridad en el panel. El garaje se abre. Golpeo dos veces y entro, así la abuela sabe que soy yo y no se asusta.
—Hey, Ann —dice ella desde la lavandería—. Estaré ahí en un minuto. Sólo terminando de poner una carga.
—Está bien. —Me desplomo frente a la televisión, la enciendo, y abro la bolsa de comida para llevar. Salsa picante y esencia de ajo se mezcla con el olor de la casa de la abuela —humo de cigarrillos cubierto por Lemon Pledge, perfume de opio, y refrescante de habitaciones de dulce vainilla— y todo está bien con el mundo.
La abuela está en casa. No el tipo de hogar en la dirección de mi licencia de conducir, pero el lugar en que Tony y yo conectamos más horas en la niñez, buenas y malas, que cualquier otro lugar. Después de papá y antes de Mike —eso es, desde los dos hasta los diez para mí, desde los cinco a los trece para Tony, mamá trabajaba raras horas. A veces hacía trabajo de oficina para una agencia de empleados temporales; a veces servía mesas; a veces ambos. Papá estaba preocupado con su nueva familia y subiendo en la escala corporativa en Arrowhead Steel. Así que fuimos arrojados a lo de la abuela.
Recuerdo correr alrededor y alrededor de la isla de la cocina con Tony, hasta que colapsábamos. Haciendo dulces y sirope de caramelo con la abuela. Durmiendo en nuestro "fuerte", la mesa del comedor con una sábana blanca drapeada sobre ella. Mirando películas clásicas de horror y burlándonos de los realities de televisión con el tío Doug. Leyendo, acurrucándome en el reclinable en la esquina —la silla de la abuela, la abuela así la llamaba— mientras Tony jugaba Super Mario Bros.
Vivimos aquí la mayoría del verano antes de comenzar cuarto grado. Nadie nos dijo dónde estaba mamá. Lloré noche tras noche, pensando que nunca volvería. Tony subiría a mi cama y me contaría historias divertidas que inventaba hasta que me empezaba a reír y la abuela nos gritaba. Rogaba que él se quedara conmigo y él decía que lo haría.
Promesa por el meñique. Pero cuando despertaba, siempre volvía a su propia cama. Tony se fue, incluso aunque lo prometió.
Mamá volvió. Pero se concentró en su carrera en bienes raíces, y la abuela cogió el relevo... otra vez.
Eso era entonces. Pollo parmesano es ahora.
Después de tomar una soda del refrigerador, corto el pollo en piezas uniformes. Creando perfectos bocados —un pedazo de pollo con pasta de tomate girada alrededor— surfeo los canales y me detengo en un infomercial. Natalie S., de Battle Creek, Michigan, perdió cuarenta y cinco libras en doce semanas. Doce semanas. Interesante. Natalie S., si ese es su nombre real, vive cerca de una hora de aquí. Tiene dieciséis y mide 1. 64 mts. Justo como yo. Wow. Su foto del después es increíble. ¿Puedo alguna vez lucir así?
Sigo un perfecto bocado con otro y otro, luego parte de un palito de pan y algo de soda.
Estoy tan absorta en la historia de Natalie S. y los bocados perfectos que apenas noto a la abuela sentándose y encendiendo un cigarrillo. Lo sostiene cerca de la ventana abierta y exhala en esa dirección, también, pero aún lo huelo. Odio que fume, pero no digo nada porque ha tratado de dejarlo más veces de las que he tratado de hacer dieta. Puedo no saber el secreto del auto control, pero sé que los sentimientos de culpa no funcionan.
—¿Dónde está tu auto? —Abuela sopla el humo fuera de la ventana. Ella nos dio a Tony y a mí su viejo Corolla cuando se modernizó hace un par de años. Tony compró un nuevo auto después de la graduación, así que ahora es mío.
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45 pounds
De TodoAquí están los números de la vida de Ann Galardi: Tiene 16 años. Y es talla 17. Su perfecta madre es talla 6. Su tía Jackie se va a casar en 10 semanas, y quiere que Ann sea su dama de honor. Así que Ann toma una decisión: Es hora de perder 20 kilos...