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Danielle suelta un profundo suspiro cuando las puertas del elevador se abren y hace tronar su cuello para después masajearse suavemente y caminar distraídamente por los pasillos del piso donde se encuentra su departamento; se siente extremadamente cansada después de un arduo día en la universidad.

Siente su cabeza doler en estrés y lo único que quiere hacer apenas llegue a su departamento es tirarse en su cama y cubrirse con sus calientitas cobijas.

Cuando dobla el pasillo puede notar la silueta de su vecina intentando abrir la puerta con dos bolsas en cada brazo y una descansando en el suelo. No puede evitar quedarse mirándole fruncir el ceño y apretar la mandíbula en un claro signo de enfado, totalmente irritada al no poder cargar con las bolsas que se ven pesadas al mismo tiempo en que intenta introducir la llave correcta de entre tantas que decoraban su llavero.

―¿Necesita ayuda, vecina?― dice cautelosa, observando su reacción.

La chica gira un poco la cabeza para mirarle y parece no pensarlo mucho cuando niega inmediatamente, intentando sonreírle cortés. Pero toda la cortesía se va a la mierda cuando las llaves se resbalan de sus largos dedos y jura casi oírle maldecir, sin embargo, el sonido que sale de su boca es tan bajo que apenas es reconocible a pesar de visiblemente querer gritar de rabia.

Se agacha para recoger las llaves y Danielle no pierde tiempo en tomar la bolsa que se encuentra sola en el suelo junto a la que está por resbalarse del brazo derecho de su vecina, la chica no dice nada, ni siquiera le mira y teniendo menos peso en sus brazos finalmente abre la puerta. La deja abierta para que Danielle entrara junto a las bolsas que sí son pesadas y lo piensa un momento antes de meter un pie adentro.

¿Qué compró? ¿Ladrillos? No puede evitar pensar al sentir el peso de las dos bolsas que lleva. El crujido del plástico junto a los pasos firmes de la vecina y sus pasos tímidos son los únicos ruidos, le sigue hasta llegar a lo que parece ser la cocina y deja las bolsas sobre la mesa redonda que se encuentra en medio. La vecina se limita a husmear entre las bolsas empezando a sacar las cosas y se da media vuelta para estirarse y abrir la alacena.

Danielle se queda parada justo en frente mirando atenta cada uno de sus movimientos, pensando en la graciosa manera en que su meñique se levanta sutilmente cada vez que sujetaba alguna lata. Cuando la vecina le mira da un pequeño brinco del susto al haber sido pillada observándole, siente su rostro enrojecer de la vergüenza y aparta su mirada rascando su cuello.

Por un momento se siente incómoda ante el silencio que se formó y quiere decir algo, pero no logra formular ninguna palabra. Su vecina sigue mirándole con las manos apoyadas en la madera de la mesa y su cuerpo levemente curvado hacia delante, parece estar pensando seriamente en hablar y en cuanto se percata de ello Danielle levanta la cabeza para mirarle. Pero no habla, sus labios se mueven pero no hay sonido. "Gracias" es lo que aquellos delgados labios quieren decir y sin poder evitarlo sonríe amable.

―No hay de qué― le corresponde a sus agradecimientos mudos. Abre la boca para agregar algo más pero vuelve a cerrarla cuestionandose si sería correcto preguntar, pero la mirada suave que la chica frente a ella le da le anima silenciosamente a decir: ―¿C-Cuál es su nombre?― Quiero decir... sé que hemos sido vecinas por dos años pero... pero no conozco su nombre.

Siente las mejillas volver a arder cohibidas por la reciente confesión, sintiéndose mal de pronto por realmente desconocer el nombre de la chica que ha vivido frente a su departamento los dos años en que se mudó al edificio. Por un momento cree que le ha molestado, pero contradictoriamente la chica sonríe divertida ante su nerviosismo y agita la mano queriendo quitarle importancia. Su sonrisa amable la hace sentir un poco más tranquila.

"Marsh Danielle es tu nombre" es lo que aquellos labios dicen mudamente y aunque al principio le cuesta un poco entender termina asintiendo. "El mío es Kang Haerin"