Parte 1

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Narración de Alessandra

— ¿Estás seguro de hacerlo? —pregunté, sosteniendo a nuestra hija en mis brazos.

— Sí, ellos no deberían sufrir y mucho menos estar con unos padres malos —respondió él, su mirada fija en el horizonte.

— Antes de separarnos, por lo menos deberíamos ponerles nombres —dije, pensando en el futuro de esos pequeños.

— Tienes razón. Estamos en Japón... les pondremos nombres de esta ciudad donde los tuvimos —asintió, esbozando una leve sonrisa.

— Mi hija se llamará Mika y...

— Mi hijo se llamará Mitsuki —completó.

Ambos intercambiamos una última sonrisa, recordando aquellos días felices como esposos y la ilusión de ser una familia completa. Pero la realidad era dura, y había tomado caminos que nos separaron.

5 años después

Buscaba a Mika, llamándola en el parque donde solía jugar, pero no podía encontrarla por ninguna parte.

— ¡¡Mika!! —grité, con la voz llena de preocupación.

— Mamá —escuché una voz suave detrás de mí. Me di la vuelta y la vi, cansada y golpeada.

— ¿Qué te pasó? —me arrodillé a su altura y la abracé con fuerza.

— Unos niños me empezaron a golpear solo por ser diferente a ellos —su voz se quebró y comenzó a llorar.

— Mika, eres una niña inteligente — la miré a los ojos, tratando de infundirle confianza— No dejes que eso te haga sentir menos.

— Mamá, tengo 5 años y entiendo cosas que ni tú comprendes —respondió con una sabiduría sorprendente para su edad.

— Ya es tiempo de ir al doctor —dije, sintiendo el nudo en mi pecho.

Los días pasaron, y cada visita al psicólogo era un reto. Temía que mi hija sufriera como había sufrido yo, que se deprimiera por ser diferente, por ser más inteligente que los demás.

Al llegar a la consulta, Mika estaba tranquila, con un libro en sus manos. Los minutos en la sala de espera se sentían eternos.

— Mamá, mira esto... —me mostró una página.

— Mika, deja el libro —respondí sin mirarla, tratando de mantener la calma.

— No me vas a odiar cuando la señora me diga que soy más inteligente, ¿verdad?

— No, hija mía. Serías el mejor orgullo para mí y tu tío.

— Señora Alessandra, pase por favor —anunció la secretaria.

Agarro la mano de mi hija y entramos al consultorio. Odiaba estar ahí, pero era por el bien de Mika. La psicóloga nos miró con seriedad.

— Buenas tardes, Señora Alessandra. Vamos al grano. Quiero saber si mi hija es o no es como mi papá.

— Le haré una prueba —miró a Mika—. Hola, Mika. Me llamo Andrew. Quiero que hagas estos ejercicios en este cuaderno.

— Está bien —respondió Mika, mirando el cuaderno con desdén—. Es muy fácil.

Agarró su lápiz y comenzó a resolver las preguntas. El psicólogo me hizo una señal para que nos alejáramos un momento.

— Hasta este momento, parece que su hija tiene un IQ elevado —dijo, cruzando los brazos.

— Sí, pero es solo una niña de 5 años...

— Sé que tiene un problema con eso, pero no podemos evitar lo inevitable.

— Lo sé. Mika es emocional y mentalmente inteligente, solo podemos apoyarla.

— Ya terminé —nos interrumpió Mika, mostrando el cuaderno lleno de respuestas correctas.

— Oh, gracias, Mika. Ve a jugar con los peluches —dijo el psicólogo, mientras revisaba las hojas—. Las respuestas son correctas.

— Debo ocultarla de la sociedad —murmuré, sintiendo el peso de su inteligencia sobre mis hombros.

— No puedes ocultarla. Si no eres tú, será ella misma quien lo haga — me golpeó suavemente el hombro.

Miré a mi hija, que seguía jugando. Solo veía a una niña feliz, pero sabía que tenía que hablar con su padre. Pasaron las horas y llamé, pero no contestó. Después de varias llamadas sin respuesta, me rendí. Fui a donde Mika estaba en el columpio y la abracé con fuerza.

— Pase lo que pase, te voy a apoyar. Nadie nos separará.

— Mamá, lo siento... no debí decir nada.

— No digas eso. Eres mi hija, y sé que mi padre te lo dio.

Cuando llegamos a casa, encendí la televisión y le dejé el control.

— Voy a calentar la comida. Espera un rato y ten el control — le dije.

— Está bien — respondió, mientras cambiaba los canales.

Me acerqué y la vi con una almohada, simulando que era un volante, viendo una carrera en la televisión.

— Mamá, cuando sea grande seré piloto de carreras — dijo con una sonrisa.

— Podré complacerte en eso cuando cumplas 15 o 18 años — respondí, sabiendo que debía poner límites.

Tenía que hacer que esos sueños no se convirtieran en una distracción de lo que realmente importaba: sus estudios. Quería que el legado de mi padre se mantuviera vivo a través de ella, pero no sería fácil.

10 años después

Regresé a casa, cansada por el trabajo. Necesitaba unas vacaciones, pero mi mente estaba en otro lugar. Entré y vi a mi hija, radiante y alegre, saltando por la sala.

— Mamá, pude acabar un trabajo que me encargaron y podré tener tiempo de vacaciones — me dijo con entusiasmo.

— Qué bien, hija. Ahora ve a tu cuarto —dije, sirviéndome un jugo.

— Mamá, no fue tu día, ¿verdad?

— Estoy cansada de mi vida. Tú ganas más que yo y tienes unas vacaciones. Eres más feliz a tu corta edad.

— No tengo la culpa de ser dotada. Si decides pensar eso, yo te apoyo en varias cosas, ¿no? Adivina quién paga los servicios de la casa. Tu trabajo de mesera no alcanza para mantener esta casa — le respondí, exasperada.

— Fuera de mi casa, no te quiero ver nunca más — grité, sintiendo que la frustración me había llevado al límite.

— Bien, lo haré — dijo, mientras se dirigía a su habitación.

La vi irse, y mi corazón se encogió. Me cansé de que tuviera tantas ventajas por ser hija de mi padre. ¿Por qué no podía ver lo difícil que era la vida? Era una niña de mamá que aún no sabía lo cruel que podía ser el mundo exterior. Pero yo estaba decidida: debía aprender de la vida, aunque eso significara pasar por el dolor.

El silencio De Un SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora