LUNA NEGRA

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(Discriminación positiva)

I


Desde que migró al reverso desconocido

desconoció el anverso que tan deferentemente le había exiliado.

"Querido socio:

                          En ti no queda ya sitio para ti;

así que, por tu propio bien, será mejor que, sin mayor dilación,

abandones tu yo y te alejes de ti.

                                                    Cordialmente,

                                                                          tu lado oscuro".

Aunque fue duro para la carne separarse de la uña,

entre siameses puntuales no queda hueco suficiente

ni para la nostalgia ni para los rictus de dolor.

Detrás del día viaja la noche con su séquito de ruinas,

y cuando las hojas están secas y mustias

hay que dejarlas caer del calendario

para poder reconvertirse algún día

en un robusto árbol sano de hora perenne.

II

Tras el adiós, sin tiempo para pésames, salió de casa

y enfiló sus rayos por un puzle de espacios llenos donde reinaba el vacío.

Bajo una tormenta de neones huecos

fue dejando tras de sí un rastro invisible de sombras caducadas

por si acaso algún día decidía volver a reconquistar su pasado.

A todo lo largo del ciego camino de luto vio puertas con llamativas aldabas

que no pudo bascular porque despiadados dientes sin alma

le habían amputado los dedos a mordiscos,

dejando dos desconsoladas viudas -sus manos sordomudas-.

A tientas de muñón, con la sola luz cerebral que brotaba

de la recurrente obsesión por encontrar nueva patria,

fue de casa en casa pidiendo asilo con voz silente,

pero nadie lo quiso en adopción

por su desastrado aspecto de espectro moribundo.

Al final de la jornada, tras superar con éxito montañas de dudas

y valles de cavilaciones, dilapidó su rumbo de oruga policroma

en las sendas laberínticas de un atractivo bosque de agujeros negros.

Con el balsámico vaho del pánico rondando los pantanos del extrarradio

levantó campamento a orillas de un convulso remanso de vértigo

donde pasar la fracción despierta de la noche.

III


Su oculto ojo panorámico descubre con estoica asepsia

que su otra mitad está siendo ocupada

por una insaciable triada de impostores.

Orcas, escualos y caimanes esculpen con unánime mandíbula de sierra

una figura estándar de esqueleto, apoderándose de su apariencia

letárgica con secreta vocación de aprendices de árbol.

A la puerta de casa, adrenalínicas hasta las branquias,

esperan turno sediciosas pirañas y morenas,

dispuestas a negociar a mordiscos su ración de savia putrefacta.

De la cuenca vacía de su ojo derecho salen

en busca de destino acrobáticas escuadrillas de plancton

que fondean al unísono sobre las invisibles líneas de las manos,

mientras revisionistas hordas de crustáceos peloteros

fabrican asimétricos universos de lunas diminutas

con híbridas intersecciones de nervios y pulpa del globo izquierdo.

Todos buscan sin éxito la llave del tránsito a la noche

sobre el despiezado puzle del cambio,

pero su orbital monóculo de sombra está a salvo del banquete

en la atalaya inaccesible del oscuro y recóndito circuito del tiempo.

Le alegra que al menos uno de los dos haya encontrado su sitio.

                                               
IV

Vencido por el sueño, levantó los cuarteles de invierno,

siguiendo el vertiginoso curso del río de estrellas

en busca de su destino de árbol. 

Tratado de alquimia lunarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora