En un vasto vacío, donde el tiempo se disuelve en una niebla eterna y las leyes terrenales se desvanecen como sombras en la luz de un amanecer perpetuo, se abre un escenario de abismo y eternidad. Un espacio blanco, tan inmenso como el olvido, se extiende ante los ojos del espectador, un lienzo sin fin donde la realidad se disuelve en una sinfonía de silencio y misterio.En este reino abstracto, desprovisto de forma y sustancia, se encuentran dos figuras que encarnan los opuestos más extremos de la existencia. A un lado, un ser demoníaco, una entidad de oscuridad y caos, cuya presencia es tan aterradora como el abismo estrellado que engulle la luz de las estrellas. Sus ojos son dos pozos sin fondo, reflejando un universo de tormento y deseos insatisfechos, mientras su piel parece una amalgama de sombras y humo, un tapiz de pesares que se entrelazan en la penumbra.
Del otro lado, un humano se yergue con la determinación de quien busca redención en el límite de la desesperación. Su figura, aunque marcada por la fatiga y el sufrimiento, lleva consigo el peso de una decisión que ha atravesado las fronteras de la razón y el corazón. Su rostro está desfigurado por la angustia, su mirada es un rastro de dolor y desesperanza, y su postura denota la tensión de quien está dispuesto a hacer cualquier sacrificio, cualquier trato, con tal de encontrar una respuesta a la tormenta que ruge en su interior.
“¿Hasta dónde es capaz de excusar el fin los medios de un acto cruel?” La pregunta del demonio se desliza en el aire como un eco de condena, resonando en el vacío blanco. La voz del ser infernal es un rugido que atraviesa la calma, como un trueno que retumba en el silencio, desafiando las leyes de la moral y la justicia.
El humano, con un temblor en la voz y una sombra de desesperanza en sus ojos, responde: “No lo sé.”
“¿Hasta dónde se puede defender?” La voz del demonio es una marea de incertidumbre que arrastra todo a su paso. La pregunta es un cuchillo que corta a través de las capas de realidad, buscando desentrañar los límites de la resistencia y la justificación.
“No lo sé,” repite el humano, con una tristeza que parece ser el reflejo de un alma rota.
“¿Eres villano o víctima?” La pregunta es un relámpago que ilumina la oscuridad de la existencia, revelando las dualidades más profundas de la condición humana. “¿Eres el bueno o el malo? ¿Quieres morir en el intento o vivir para sufrir?”
El humano, con un respiro entrecortado y un semblante desgarrado, responde con la crudeza de quien ha aceptado el peso de su destino. “No lo sé.”
El demonio, con un brillo cruel en sus ojos, observa al humano con la frialdad de un testigo de la desesperación. “¿Así que tienes el corazón roto, arrancado, malherido y asquerosamente perturbado por la culpa de una mujer?”
El humano asiente, la carga de sus emociones pesando en su pecho como una piedra de molino. “Sí, y quiero un trato,” responde con la determinación de quien está dispuesto a pagar cualquier precio por la resolución de su tormento.
“¿Estás seguro?” La pregunta del demonio es una sentencia de perdición, un desafío a la claridad de la decisión. Su tono es una marea que amenaza con arrastrar al humano hacia el abismo de la desesperación.
“Sí,” afirma el humano, sin titubear.
El demonio sonríe con una malicia que es tanto un regalo como una condena. “Saberlo puede quitarte la cordura y algo, algo debo tener a cambio de conceder tu petición. Ojo por ojo y diente por diente, así funcionan mis tratos.”
“No importa,” dice el humano con una firmeza que es tanto valentía como desesperación.
“Entonces, ¡dime su nombre y te contaré el porqué terminó así tu triste existencia! ¡En este estado miserable!” La voz del demonio se alza en una exclamación de desafío, un grito que resuena en el vacío como una sentencia irrevocable.
“Medea,” responde el humano, con una tristeza tan profunda que parece penetrar el mismo tejido del espacio blanco. El nombre, una declaración de dolor y amor perdido, se desliza en el aire como un lamento eterno.
El demonio, con un gesto que es a la vez un acto de revelación y condena, señala una puerta que se erige sobre un océano de aguas sombrías. “Ahora, pasa la puerta que está sobre el agua y entra en su mente. Recuerda que todo trato con el diablo tiene un precio a pagar.”
El humano se acerca a la puerta con una mezcla de determinación y terror, el eco de su nombre resonando en su mente como un mantra oscuro. Cada paso que da hacia la puerta es un paso más hacia el abismo de su propia existencia, una travesía que desafía los límites de su cordura y su humanidad.
A medida que cruza el umbral de la puerta y se adentra en la mente de Medea, el espacio blanco se disuelve en un remolino de recuerdos y emociones. El camino que sigue es una senda de sombras y luz, una travesía por los paisajes interiores de un alma atormentada. Cada pensamiento, cada dolor, cada susurro de arrepentimiento y deseo se despliega ante él como un mapa de desolación y esperanza perdida.
En el eco de la decisión, en la encrucijada del destino, el humano se enfrenta a la verdad que el demonio ha prometido revelar. En el horizonte de su mente, donde el tiempo se entrelaza con la eternidad y la justicia se confunde con la venganza, el precio de su trato será revelado.
Así comienza la historia, en el corazón del vacío y la desesperación, donde los límites de la moralidad y la cordura son puestos a prueba, y el destino de un alma rota está a punto de ser sellado.
_____Prólogo: El Eco de la Decisión_____
ESTÁS LEYENDO
Medea
Romance"¿Hasta dónde es capaz de excusar el fin los medios de un acto cruel?" La pregunta del demonio se desliza en el aire como un eco de condena, resonando en el vacío blanco. El humano, con un temblor en la voz y una sombra de desesperanza en sus ojos...