Prólogo

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Sicheng

— ¡Vamos hermano, debemos irnos ahora! —instó Tae mientras se apresuraba a sacarnos a Ten y a mí a través de nuestra comuna diezmada, los hombres de su amante guiando el camino.

—¡No! ¡Te lo dije, no voy a ir! —lloré, mis piernas tambaleándose en estado de shock cuando atrapé un vistazo de los discípulos de La Orden recostados sin moverse en la vasta tierra ceremonial, sus cuerpos destrozados por las balas y sus ojos vidriosos sin vida, diciéndome que habían muerto.

—¡Winwin, por favor! —rogó Tae, y tiró de mi mano, sus ojos color azul hielo implorándome que lo siga.

Traté de moverme, pero los gritos de las mujeres frenéticas y asustadas de La Orden  atravesaban mis oídos y  las vi  corriendo salvajemente sin rumbo, al no tener ya a los discípulos para guiarlas y protegerlas. Niños solitarios de todas las edades estaban gritando por el frenesí de los cuerpos moviéndose, algunos clavados en el suelo, llorando por sus madres que se habían dejado llevar por la masa de pánico.  Mi  gente  estaba  tratando  lo mejor que podían para huir de los hombres  diabólicos  vestidos de cuero negro que habían ingresado a la fuerza en nuestra fe.
Fue una carnicería.
Una escena directamente desde las páginas de la Revelación.

—¡Winwin! —gritó Tae de nuevo, su mano ahuecando mi mejilla para obtener mi atención. Su rostro estaba preocupado por mí, pero determinado mientras trataba de arrastrarme en su estela.

—Yo... yo no quiero irme... —susurré y eché un vistazo a Ten, quien parecía adormecido mientras seguía obedientemente a Tae... como un cordero dispuesto a la masacre.

—Sé que  no  quieres  irte,  hermano.  Pero  este  lugar  no  es  seguro. Tenemos que irnos. Tenemos que ir al exterior.

—¿Al exterior? —le grité, mis ojos ensanchándose y empecé a temblar—. ¡No! ¡NO! ¡No puedo ir al exterior! Es malo. Tengo que quedarme aquí. ¡Para ser salvado necesito estar aquí! Tú lo sabes. ¡Por favor, no me niegues mi oportunidad de salvación!

Arranqué mi mano de la de Tae y comencé a retroceder.
—¡Tae! ¡Consigue de una maldita vez poner a tu chico bajo control, tenemos que salir rápidamente! —El hombre con el cabello largo y rubio que había matado al hermano Donghae, mi redentor, gritó detrás de Tae, sus ojos azules duros en su orden. Él continuó mirándome, sus ojos azules intensos. Desde el momento en que había dejado la celda, me había mirado, seguía mirándome todavía.
El amante oscuro de Tae silbó desde su lado e indicó que lo sigamos con un gesto de su mano, pero el miedo se apoderó de  mi  corazón, y el instinto me hizo huir.

—¡Winwin! —La voz de Tae gritó mientras salí corriendo a la multitud de hermanas aterrorizadas. Mi cabeza se sacudía de lado a lado mientras trataba de encontrar un lugar  para esconderme, y al ver una entrada hacia el bosque, levanté mis pies y me apresuré en esa dirección.

Pero antes de que hubiera dado unos pocos pasos, un gran cuerpo me envolvió en sus brazos y me levantó del suelo, evitando que me aleje.
Grité y grité mientras un brazo fuerte e inquebrantable cubierto de cuero se envolvió alrededor de mi cintura. Estaba aterrorizado, lágrimas se deslizaban por mi rostro mientras sus piernas ganaban velocidad y empezó a correr.

—¡Por favor... por favor, déjame ir! —le rogué, pero una boca que de repente se colocó en mi oído cortó mi voz, largos mechones rubios de cabello que no me pertenecían cayendo sobre mi mejilla.

—Nop. Te vienes con nosotros, mejillas dulces, así que deja de intentar huir con ese culo sexy. Aunque, podría ver ese jodida vista de melocotón perfecto durante todo el día y nunca cansarme. Pero Tae te  quiere  en  el club, por lo que estás jodidamente viniendo al club.

Mi respiración se detuvo por la forma en que este extraño rubio me habló y me congelé en sus brazos, sin atreverme a moverme, preocupándome que si lo hacía podría correr la misma suerte que los hermanos muertos en el suelo. Entonces, mientras ajustaba mi cabeza con cuidado, vi quién me sostenía en sus brazos, cargándome como si no pesara nada, el hombre rubio de antes. El que continuaba mirándome fijamente como si yo fuera algo que quería devorar.
El mismo hombre, que cuando mis ojos se encontraron por primera vez con los suyos, un dolor palpitó dentro de mi pecho.

Nos acercamos a Tae y Ten, Tae mirándome con alivio, Ten con simpatía. El hombre rubio nunca me dejó ir, jalándome cerca hasta que estaba al ras de su pecho, y no luché contra él mientras fui forzado a abordar un vehículo grande con mis hermanos, él y otros  hombres malvados arrastrándose por detrás... los ojos azules del hombre rubio todavía fijos en los míos.
Un silencio ensordecedor reinó y miré por última vez a mi hogar, luego todo lo que conocía fue repentinamente bloqueado cuando puertas anchas nos atraparon en el interior, hundiéndonos en la oscuridad.

Contuve un grito, y sentí a Tae tomar mi mano. Ofreció poco consuelo, así que en su lugar, cerré mis ojos y comencé a entonar mis oraciones. Me mantuve incondicionalmente a mi fe. Rogué al Señor que no perdiera mi camino y empecé a mecerme atrás y hacia adelante en mis manos y rodillas mientras cimenté mi fe en el Señor, sintiendo el Espíritu Santo llenarme con su calor.
Un rato después, el vehículo se detuvo, las puertas se abrieron y Tae nos guió escaleras arriba a unas pequeñas habitaciones privadas, solo para dejarnos solos mientras iba a conseguirnos comida. No sería capaz de comer, el temor revolviendo mi estómago tan mal que casi me llevó a mis rodillas. Ten se paró a mi lado mientras veía la habitación extraña y su mano se deslizó lentamente en la mía, agarrándola con una intensidad que me alertó de su miedo también.

—¿Crees que estaremos a salvo aquí, Winwin? —preguntó Ten, su voz apenas un susurro.
Caminando hacia la ventana, con Ten siguiéndome, me quedé mirando a los hombres infieles que habían asesinado a mis hermanos riendo y bebiendo en el patio, sus amenazantes ropas negras y comportamiento perverso enviando desconcertantes escalofríos por mi espina dorsal.

—Bueno, Winwin, ¿lo crees? —presionó de nuevo Ten.

Girándome para enfrentar a Ten, tiré de él en mis brazos y le respondí:
—No, Ten. No creo que estemos a salvo aquí. De hecho, creo que Tae nos ha dejado caer en las profundidades del Infierno.

El Infierno de YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora