Capítulo 1

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Las sirenas eran muy estruendosas en ese momento, la fría noche era la compañía del caos que estaba ocurriendo en ese momento. Los gritos se escuchaban de un lado a otro y las llamaradas eran lo que iluminaban todo aquel que se encontraba en esa ahogante oscuridad.

Él solo quería salir de ahí lo antes posible, sentía el peso de la culpa y conforme veía todo el panorama el nudo de la garganta se cerraba cada vez más, sus hombros se empezaban a sentir pesados y la opresión en el pecho era tan grande que le era imposible respirar con facilidad.

Podía acertar que aquellas personas estarían gritándole en la cara, recriminandole que fue toda su culpa y de nadie más. Que nada de esto podría haber pasado si nunca hubiera reprochado del estúpido régimen que debían de seguir.

Eso era lo más sensato.

Y de la nada se puso oscuro el panorama.

Los gritos cesaron, el fuego se extinguió pero esa opresión seguía creciendo constantemente. Giró su mirada para buscar una salida pero no la hallaba, todo era oscuridad y sabía que si no salía de ahí tarde o temprano las cadenas que lo rodeaban lo iban a terminar por acabar.

Si acaso hubiera...

.

—Papá, te dije que no te desvelaras. Se nos hará tarde.—La voz de una pequeña inocente se escuchó a su lado.

El hombre abrió con pereza los ojos intentando a acostumbrarse a la luz que se reflejaba por la ventana. A su lado derecho se encontraba una niña de cabello castaño recogido en una coleta. Vestía pantalones azul marino que le llegaban a la pantorrilla y una playera color café de mangas cortas. También tenía puesto una sudadera un poco más grande de su talla.

—¿Qué hora es?—Bostezó.

—Te diré que es hora de apurarnos, son las 7:30 a.m.

—Oh diablos. De acuerdo, Gabi, quiero que empieces a preparar tu mochila. En dos minutos bajaré y haré el desayuno, ¿De acuerdo?

La niña de diez años se empezó a reír.

—¿Qué es tan gracioso?—Preguntó.

—Que te ves muy chistoso con todo el cabello despeinado.—Al decir eso salió corriendo por la puerta.

Él solo rio por lo ocurrido.

Se levantó de su cama y pasó al baño. Al verse en el espejo vió que tenía razón la niña, su cabello rubio estaba todo alborotado. Abrió el grifo y con su mano se enjuagó la cara para quitar cualquier rastro de cansancio en el rostro. Tomó una toalla y se seco. Sin querer, su vista se dirigió a su reflejo, más específicos a su brazo derecho. Que más que nada la ausencia de este brazo.Le era imposible evitar ver la falta de su extremidad casi siempre, como hubieran sido las cosas si tomaba decisiones diferentes en su vida. Ese tipo de decisiones le costó perder de la mano hasta el codo. Total, lo hecho, hecho está. Nada se podía cambiar, era así las situaciones de la vida.

Dejo esos pensamientos fuera y comenzó a apurarse para bajar a preparar el desayuno.

Luego de unos minutos llegó a la cocina y comenzó a encender la estufa. No era un gran experto en la cocina, pero con sus escasos conocimientos le eran suficientes para poder sobrellevarlo, más aún cuando tienes a otra persona con el cual debes de cuidar a parte de ti. Con lo que había realizó huevos fritos con tocino y cereal con leche.

—¡Gabi, ven! ¡Ya está esto!—No tardó en llegar, por lo que se dispuso a tomar asiento.

Su padre le sirvió el desayuno mientras ella lo miraba con desconcierto.

Una Felicidad AnheladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora