Eran, como las diez de la mañana en la solitaria estación de tren. El viento fresco hacia las nubes bailabar frente al sol de vez en cuando. El señor Ruiz, el vendedor de boletos, leía un viejo libro; con las pastas que antes fueron duras, ahora a punto de caer. las hojas amarillentas y el olor a humedad
-He leído este libro mil veces, -Me dijo un día el señor Ruiz - y lo leeré mil más.
Una vez le regalé un libro, de un viaje al centro de la tierra, nuevo, con las pastas duras en color vino y el título grabado en dorado. Lo leyó y me contó sobre su contenido, pero jamás lo ví en sus manos.
-¡Imagínese, señor Pérez, lo maravilloso que sería, si pudiéramos viajar al centro de la tierra! - Abría los ojos tan grandes que pensé que se saldrían de sus cuencas.
Después de un mes de escucharlo hablar sobre el libro, al día 31 cambió su plática de la mañana, por la situación económica de la ciudad, el partido de fútbol del día anterior, la próxima boda de no sé quién, de todo, menos del libro.
Y una vez más, lo vi con su libro de costumbre. Llevo diez años en la ciudad y hoy es mi último día aquí. Nunca había visto el título.
Todos los días, como era costumbre, llegaba a la estación, me formaba en su ventanilla y pedía un viaje de ida y vuelta a la estación 23. Pagaba y me sentaba a esperar el tren de las once en punto. Y en esos diez años, con sus miles de viajes, nunca me di cuenta del título de su preciado libro de hojas amarillentas y pastas duras en color negro que se desprendían con cada vuelta de página.
Hoy me dio curiosidad por saber el título para investigar su contenido. Justo hoy que es el adiós a este lugar, no sé si volveré a ver al señor Ruiz algún día. Cuando se lo informé, con la mirada caída y un tono de voz pausado y sereno me dijo:
-Todos se van, tarde o temprano todos terminan llendose de aquí. Si yo pudiera también lo haría.
Quería preguntarle, ¿por qué no lo hacía? Pero temí que la respuesta fuera demasiado obvia. Tal vez fuera por su avanzada edad, le calculaba por sus canas y las arrugas en su rostro, unos 75 u 80 años aproximadamente, pero tal vez fueran más. Su áspera voz denotaba años de experiencia y de una vida larga.
En los diez años que estuve en esta ciudad, no le conocí ningún familiar ni amigo. Eran pocos los que hablaban con él. Tan solo era un vendedor de boletos de una vieja estación de tren. Así que eso no sería un impedimento para que se fuera de aquí.
Haciendo cuentas, no recuerdo la última vez que lo vi fuera de esta estación. Entiendo que no sea un hombre muy sociable o que no tenga familiares en esta ciudad, pero en algún momento tuvo que ir al supermercado, a la oficina de correo, a la lavandería o al menos dar un paseo por el parque, para estirar las piernas, ¿no?
-Diez con treinta y siete minutos -anuncio el locutor en mi radio portátil.
Ahora me da más curiosidad saber el título de su libro. Tal vez sea un manual para sobrevivir a la soledad, o un recetario para mantener la salud estando sentado todo el día. Pero desde mi asiento no logro distinguir bien las letras, malditas gafas, necesito más aumento.
- Diez con cincuenta y dos minutos, temperatura dieciocho grados -volvio a hablar el locutor.
-¿Qué? ¿Quince minutos pasaron en un parpadeo? ¿Por qué? El tren ya debe estar cerca -pensé al oír la hora.
Tomé mi gabardina y me decidí a ir a la taquilla y ver el título del libro. El tren se escuchaba a lo lejos. Vi de nuevo mi reloj de bolsillo. Diez con cincuenta y cinco. Al estar enfrente de aquel viejo, moví su mano para leer la portada del libro.
"La vida después de la muerte. Manual de la nueva etapa"
El viejo, se veía pálido y tenía los ojos hundidos. El tren, se escuchaba más cerca. La mano esquelética del señor Ruiz tiró de tajo el libro tapando el título. El silbato del tren me anunciaba que estaba entrando en la estación.
Gire la mirada hacia el tren y estaba bajando la velocidad, para abrir las puertas. Al regresar la vista al frente, el cristal de la taquilla estaba lleno de polvo y los muebles en el interior igual. La mano del señor Ruiz no era más que un puñado de huesos secos sobre el libro de pasta dura color negro y letras doradas.
Cómo pude di media vuelta y caminé, casi corriendo hacia el vagón del tren, tomé en el camino la aza de la maleta que llevaba. El silbato volvió a sonar anunciando la partida.
-Todos a bordo -gritó a todo pulmón el boletero.
Se cerraron las puertas y el tren comenzó su marcha, poco a poco ganaba velocidad. Mi frente tenía unas gotas de sudor, mis manos temblaban y mi boca se secó. Mi pulso se aceleró, mi respiración estaba agitada.
Respiré profundo y dejé mi gabardina y mi maleta en el asiento y me senté junto a la ventana, sabía que pasaríamos en pocos minutos delante del letrero de bienvenida de la ciudad.
"Santuario, sanatorio mental, población 666"
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Mundos imaginarios
Short StoryMundos imaginarios es una recopilación de historias y cuentos breves, que a lo largo de un año, 365 días, estaré escribiendo para dar oportunidad a desarrollar la imaginación, la narración de diversos escenarios y compartir mi evolución al tomar var...