Bible Wichapas se alejó del cuarto del prisionero, su humor más oscuro que nunca. La sirvienta que encontró de camino a su oficina le echó una mirada, palideció, y agachó la cabeza, como si deseara que no la notara.
Cosita inteligente. Una lástima que estuviera demasiado alterado ahora mismo. La agarró del brazo. Ella se paralizó, apenas respirando.
"Lena, ¿no?" dijo en voz suave, mirando su cabello rubio y su delgada figura. No era particularmente bonita, pero tenía labios tersos y suaves. Sus ojos se fijaron en ellos. Su mandíbula se tensó.
"Sí" dijo mansamente, levantando la vista para verlo por un momento antes de dejar caer la mirada. Podía notar su pulso latiendo acelerado en la delicada base de su cuello. Tenía miedo de él. O quizás estaba excitada. Probablemente ambos. En silencio, abrió la puerta de su despacho e ingresó. Sabía que ella lo seguiría dentro. No se equivocó. Raramente lo hacía.
"Cierra la puerta" dijo.
La puerta se cerró tras él. Hubo un momento de silencio, únicamente roto por el aullido del viento en el exterior y la rama de un árbol golpeando la ventana. Hacía mucho calor en la habitación pese al helado clima. No había calefacción en la habitación gris, pensó, recordando el tembloroso cuerpo del niño. La falta de calefacción fue una decisión estratégica: generalmente los “invitados” que se alojaban en la sala gris debían debilitarse por el hambre y el frío. Definitivamente no siendo mimados y alimentados adecuadamente.
La mandíbula de Bible se tensó.
"Puedes irte ahora" dijo. "O puedes desnudarte".Luego de una breve pausa, oyó el sonido de ropa crujiendo. Tomó una profunda respiración, intentando relajar los hombros. No sería bueno dañar a la muchacha. Más bien podría gustarle... cuando no sentía ganas de romper algo. O alguien.
"Sobre mi escritorio" murmuró. No estaba de humor para preliminares elaborados. No hoy. Estaba húmeda cuando embistió en ella. Ella dejó escapar suaves gemidos mientras él la follaba, completamente vestido excepto por la cremallera baja, sus dedos aferrándole las caderas en un agarre castigador, sus dientes apretados y sus ojos enfocados en la rabiosa tormenta de nieve exterior. Apenas sintió que se corría. Sólo fue una liberación, un escape a su sombrío humor. No lo calmó en absoluto.
"Gracias, Lena" dijo después, sacando algunos billetes de su bolsillo y colocándolos en el escritorio junto a la jadeante forma de la muchacha. Ella sonrió aturdida, tomó el dinero y su ropa, y se apuró a salir de la habitación.
Ató el condón y lo desechó en el basurero. Dejándose caer en la silla, encendió un cigarrillo y cerró los ojos. Blyad¹⁴. Maldita sea. Incluso después de follar, aún podía ver el cabello ondulado del muchacho y su suave boca rosa-cereza. Esa boca. Era una mezcla entre la boca de un ángel y de una puta. Quería romperla con su polla. Lo había deseado desde el momento en que vio al chico en el restaurante por primera vez, completamente vestido para la ocasión e intentando jugar juegos adultos sin conocer las reglas. No estaba acostumbrado a negarse lo que deseaba. Siempre conseguía lo que quería. Excepto que no podía follarse la boca del muchacho, no podía partir esos labios con su verga y ahogarlo con ella como su cuerpo deseaba.
Por amor de Dios. Él no era puto. Sin importar lo bonita que fuera esa boca, su atracción sexual por un muchacho no le sentaba bien. No le gustaba lo que no pudiera comprender y controlar. También era inoportuno como la mierda... debería estar pensando en cuál es el mejor uso que podría dar al único hijo y heredero. En cambio, había pasado minutos acariciando los suaves rizos del muchacho y contemplando su boca.
Inaceptable. Y era totalmente inaceptable que hubiera cedido y ordenado a sus guardias alimentar mejor al prisionero sólo porque el muchacho revoleó las pestañas y se lo pidió bonitamente. Bible se carcajeó, disgustado e irritado consigo mismo. Debería haber matado de hambre al muchacho. Debería haberlo privado de comida hasta que aquellos bonitos labios se pusieran pálidos y agrietados, hasta que aquellas atractivas mejillas fueran ahuecadas por la desnutrición, hasta que el muchacho se volviera feo y patético. Cómo un hombre ordinario con cara de toro, como Aaron Jakapan, se las había arreglado para producir un hijo que se viera así era un jodido misterio.