II. Minatozaki Sana

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Minatozaki Sana una vez más atrasada.

Digamos que la puntualidad nunca fue su amiga, más bien, su eterna enemiga y presistía aún a sus veintiséis años, con un trabajo semi estable y una total independencia. Gustosamente ese mal hábito aún no daba razones para caer al borde de un abismo.

Quizá hoy si hubo una, el cual fue olvidar cubrir sus piernas con algunas medias en casa, porque Sana necesita soportar de alguna manera el frío si justo estaba vestido. Terminó comprando en una tienda y recibiendo una descarada mirada de sorpresa de una chica. Fue extraño, pero sabía que no había tiempo para recriminarle. Aunque en realidad, Minatozaki Sana, si lo hiciese... Pero en ese momento se sintió débil con los particulares ojos grandes de la chica.

Así que camino a su escuela, recapacitó de su impuntualidad porque era un desastroso hábito que cualquier trabajador no debería tener.

En especial cuando era profesora. El principio de probidad en un pedagogo es esencial, o si no, ¿Cómo recriminas a un alumno por llegar cinco minutos tarde a clases? Para Minatozaki Sana es difícil mantener una buena imagen acorde a los estándares de profesora. Pero lamentablemente, todo el estudiantado parecía no importarle su impuntualidad. Excepto la directora, aunque ella, estaba más interesada en otra artista.

—¿Sabes qué tu contrato terminará pronto, no?

A pesar de que ingresó a las nueve de la mañana al establecimiento educacional, su primera clase se imparte a las diez se la mañana, por lo que aprovechó su tiempo para rellenar y analizar algunos trabajos en la sala de profesores para adelantar trabajo y compensar su atraso.

"Primero que nada, buenos días..." Eso era lo que Sana decía en su mente.

—Lo sé, Srta. Bae. -asintió con su cabeza en forma de respuesta.

—Y no se ven planes de renovación. –comentó la mujer mientras se paseaba por la sala de profesores, sosteniendo sus manos detrás de su espalda–. Este sería tu último semestre aquí, Sana.

—Está bien. –respondió.

Irene detuvo su paso cerca de la puerta de la sala y giró su cuerpo para encontrar la figura de Sana, sentada, sus brazos apoyados en el mesón y su expresión indiferente, mirando a cualquier parte. La mujer soltó un pequeño suspiro.

—Tú rendimiento ha bajado y no cumples con los estándares de nuestro establecimiento...–explicó–. Cuando llegaste aquí, hace dos años, realmente fue asombroso ver a una profesora tan joven y con tanto potencial.

Solo asintió

—No sé qué sucedió Sana... Pero ya no estás enseñando. Lo siento.

Dicho lo último, la mujer colocó su mano derecha sobre la perilla de la puerta y la giró para abrir la madera y salir de la sala. El sentimiento amargo de las palabras recaía de la misma manera para las dos mujeres. Una mujer que estaba perdiendo a lo que fue una excepcional profesora y una joven que sentía que cada día, seguía perdiendo esa esencia de lo que alguna vez fue.

Sana descansó su mentón en las manos mient6su mirada se enfocaba en los papeles del escritorio. De un momento a otro, la precisa información de su jefa y todos sus sentimientos se mezclaron de mala manera. Se sentía repentinamente agobiada.

Salió de la sala y empezó a caminar por los pasillos del establecimiento. A esa hora, mayormente vacío, su mente jugaba en su contra pensando en demasía su incierto futuro.

—Buenos días, maestra Minatozaki.–dos chicas unos centímetros más baja que la nombrada, saludaron al unísono mientras caminaban por el costado.

Pianist || SatzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora