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―¿Me estás diciendo que te ha amenazado abiertamente y tú le has colgado como si nada? Hay que estar loca para hacerlo, Diana.

―¿Qué querías que hiciera? No me apetecía escucharle más. Y, si te soy sincera, tengo miedo, Mario. No puedo hacer nada para denunciarle porque ni tengo nada que lo demuestre ni testigos que me apoyen. Jorge se encargó bien de que nada pudiera culparle si yo me atrevía a denunciarle.

Ambos se encontraban en la habitación del chico, sentados en la cama frente a frente. Mario se había encargado de cerrar la puerta con la llave por si acaso, aunque Diana seguía un poco asustada por el posible alcance de Jorge. Incluso se atrevió a preguntarle qué pasaría si lograba hacerse con una llave de la habitación que pudiera abrirle la puerta.

―Eso es imposible ―dijo Mario―, no sabe ni quién soy ni en qué habitación me hospedo. Tranquilízate, ¿vale?

Después de eso le había contado todo lo que había dicho Jorge en su llamada. Incluida aquella amenaza que no pudo oír hasta el final.

―¿Te apetece que mejor cambiemos de tema? ―propuso Mario.

―Creo que será lo mejor ―Aceptó Diana.

El silencio reinó entre ellos durante unos segundos en los que no supieron qué decir. Diana sintió que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro. Mario no pudo dejar de mirarla sin poder evitar pensar: «¿Qué pasaría si la besara?». Hacía mucho que deseaba hacerlo, desde antes incluso de verla. Y cuando podía hacer suyo cada momento, no supo cómo actuar. Ella le miró con cierta vergüenza, como si esperara que la besara aunque no lo dijera con palabras. Y entonces hizo acopio de todas sus fuerzas y se acercó lentamente a ella. Quería saborear cada instante por pequeño que fuera.

Antes, durante y después.

Su mano se posó sobre la mejilla de Diana y, cuando sus respiraciones chocaron, ambos cerraron los ojos como si el mismo impulso los hubiera obligado. Ella gimió, deseosa de que por fin tomara su boca y su sueño se cumpliera de una vez. Y él así lo hizo, juntó sus labios, con suavidad, a los de aquella preciosa chica, rozándolos primero y saboreándolos después. Bajó con caricias por los brazos de ella hasta que rozó su cintura y la rodeó con sus brazos para poder atraer su cuerpo más hacia él.

Diana se olvidó durante unos minutos de todo: de Jorge y sus insultos, de sus constantes maltratos psicológicos, de mantener las apariencias en la universidad y de su miedo a dejarlo con él. Se olvidó para centrarse en aquel beso tan dulce, y a la vez apasionado, con el que había soñado durante tanto tiempo. Tembló como nunca de placer, y no por el miedo que pudiera causarle su acompañante.

Mario no era Jorge. No. Mario era mejor persona de lo que Jorge jamás podría ser.

―Diana ―susurró él sobre los labios de Diana.

―¿Qué? ―preguntó ella, deseosa de volver a besarle.

―Si continuamos así no quiero ni pensar cómo acabaremos. Y no me gustaría... ―Cerró los ojos un momento y se calló unos segundos para intentar recuperar el aliento― No quiero forzarte a hacer algo que no quieras.

―Pero ¿y si resulta que quiero?

Mario se separó unos centímetros de ella para poder observar sus ojos. Ninguno mentía.

―¿Estás segura?

―Después de todas esas noches de entregas forzadas y soportando a un imbécil como Jorge, lo menos que puedo hacer es entregarme por amor. ¿No crees? Aunque realmente no sepa qué siento por ti.

Beso de chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora