Desde que se tiene memoria, han habido monstruos.
Demonios que acechaban en las sombras. En la nieve, en los árboles, en todas las grietas sombrías posibles. Las repugnantes criaturas buscaban la oscuridad mientras escuchaban y esperaban a su presa. Engullidas por el bostezo de profundidad que la luz de la luna no tocaba bajo el dosel de hojas, se escondían en el interior de los arbustos con las garras listas para aferrarse a su presa desprevenida.
Eran malvados. Impíos. Repugnantes.
Aterrorizaban a la humanidad.
Acechaban cerca de casas de campo, hogares y pueblos para cultivar ese delicioso y apetitoso aroma del miedo para sí mismos, como si encontraran a sus presas más dulces si tenían miedo. Aullaban y emitían ruidos crepitantes y chasqueantes, como el crujido de huesos secos al juntarse, hacían crujir los árboles y chasquear ramitas en la distancia, cualquier cosa para asegurarse de que los humanos supieran que les estaban esperando. Las ciudades atraían a los demonios sólo por la fuerza del olor, creando una zona de alimentación. Como un contagio, un humano aterrorizado encendía un hedor por todo el pueblo.
Junto con guardias humanos, murallas hechas de altísimos pinchos de madera rodeaban las ciudades y los mantenían a raya.Pero a veces, no era suficiente para mantenerlos a salvo.
Los había de diferentes tamaños, lo que informaba a sus presas de si el monstruo que tenían delante les garantizaría la muerte o no. Cuanto más pequeño era el Demonio, menos probable era que se hubiera alimentado antes de un humano. Con los Demonios más grandes, uno sólo podía imaginar cuántos humanos habían consumido para alcanzar su monstruosa altura, estructura y fuerza.
Su piel era negra como el vacío, y normalmente se arrastraban con la cabeza y el cuerpo de forma humana, asquerosamente mezclados con partes de animales. Sus rostros tenían ángulos humanos, excepto alrededor de la boca, donde tenían colmillos monstruosos con una especie de hocico.
Algunos tenían cuernos en la cabeza, otros púas. Algunos tenían plumas o pelo, y otros nada.
Luego estaban los que tenían alas de murciélago que brotaban de sus espaldas y que se consideraban antiguos. Raros, pero algunos de los más mortíferos por la cantidad de humanos que se habían comido para obtener alas para volar de verdad. Estos antiguos demonios se abalanzaban desde arriba y, antes de que una persona se diera cuenta de que había sido arrancada del suelo, una gran boca llena de colmillos se extendía alrededor de su cabeza y se cerraba con una explosión de sangre y materia cerebral.
Sólo había dos formas de evitar caer en las garras de estos monstruos. La gente podía vivir aislada de las ciudades que atraían la atención de los Demonios, o vivir confinada dentro de sus murallas.
Si uno elegía vivir dentro de las ciudades, sólo podía caminar desde la relativa seguridad de los muros de la ciudad durante el día, cuando la luz del sol mantenía a raya a los monstruos.
Era su único consuelo, ya que la mayoría de los demonios, aunque no todos, no podían resistir la luz.
Los que vivían recluidos lo hacían con familias pequeñas y levantaban sus casas en medio de claros para protegerse durante el día.
Por la noche, las ventanas debían estar cerradas, las puertas atrancadas y era mejor no hacer mucho ruido ni crear demasiada luz para permanecer ocultos. También dependían de los hechizos colocados en las paredes por sacerdotes y sacerdotisas humanos que viajaban por el mundo para ayudar a las numerosas ciudades y a sus habitantes. Los hechizos eran débiles y fáciles de romper, pero mantenían a raya a los demonios más pequeños. Sin embargo, la protección no detendría un torrente de ellos, ni a los más fuertes.
Por suerte para la humanidad, la mayoría de los demonios que aterrorizaban al mundo eran pequeños.
Era lo único de lo que estaban agradecidos teniendo en cuenta el horrible estado del mundo.
Todos estos monstruos vivían en el Velo, el lugar al que llamaban hogar y donde se creía que habían sido creados. Era una gran extensión de bosque, hasta donde alcanzaba la vista, que constituía una cuarta parte de todo el continente.
Rodeado de acantilados, la sombra de los árboles no permitía que el sol tocara el suelo. Era un lugar por el que todas estas criaturas podían deambular libremente, incluso de día.
Ese era el único consuelo para los humanos. Los demonios no soportaban la luz directa del sol y a menudo huían a la seguridad del Velo durante el día.
Nadie se atrevía a aventurarse cerca de aquel espantoso lugar, y quien lo hacía nunca regresaba. Nadie sabía lo que había dentro del Velo.Era un lugar de pesadillas.
Pero, a pesar de los demonios y del Velo, habían seres aún más aterradores. Habían criaturas de pesadilla que vagaban por el mundo como terribles presagios. Aquellos que podían caminar bajo la luz del sol. No se parecían en nada a los Demonios, se creía que eran algo totalmente distinto.
Duskwalkers.
Ver uno significaba que la muerte estaba cerca. No sólo para los seres humanos, sino también para los demonios, los animales—todo. Eran aterradoramente inteligentes. Podían hablar, podían negociar, y podían destruir si su estado de ánimo lo decidía...
Algunos pueblos, muy, muy lejos de donde ella vivía, nunca habían visto uno. La mayoría de los humanos vivirían toda su vida y nunca verían uno, ni hablarían con alguien que los hubiera visto. Por desgracia, ese nunca había sido el caso del pueblo que ella llamaba hogar.
Incluso desde que era pequeña, sabía de los Duskwalkers. Que si veía uno a lo lejos, corriera.
La forma más fácil de detectar a un Duskwalker era su cara, o más bien la falta de ella.
El Duskwalker que presumiblemente vivía más cerca de ellos en el Velo caminaba con ropas negras que cubrían su cuerpo desde el cuello hasta los pies. También llevaba un manto negro que le cubría la cabeza.
Por su atuendo, se podría suponer que se trataba de un humano si no fuera porque medía dos metros y medio y sus cuernos de antílope impala sobresalían por dos agujeros practicados en su capucha negra. Si estuviera de frente
Si te miraba de frente, veías un cráneo de lobo de nariz larga que te miraba fijamente con brillantes orbes azules que flotaban en las cuencas vacías de sus ojos.El Duskwalker nunca viajaba solo, siempre iba acompañado de dos lobos etéreos negros con llamas azules entre su pelaje. También tenían el rostro craneal—como si imitaran a su amo—y guardaban un silencio inquietante. Sus patas nunca crujían en la nieve en invierno ni hacían crujir las hojas en verano. No resoplaban. No aullaban.
Sólo emitían un extraño ladrido deformado de animal que sonaba como si se estuviera muriendo, y sólo lo hacían por orden de su amo.Ver a un Duskwalker, y a sus compañeros, vagando por encima del Velo, en territorio humano, significaba que habían pasado diez años desde la última vez que lo vieron, y que buscaba hacer negocios en una de sus ciudades una vez más.
Y aparentemente, Reia Salvias iba a ser ofrecida como sacrificio.
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ASTK DBB I [+18]
RomanceLo único que Reia quería era libertad. Conocida como presagio de malos augurios y culpable de que los demonios se comieran a su familia, Reia es rechazada por todo su pueblo. Cuando llega el momento de la siguiente ofrenda y ven al monstruoso Duskwa...