5. La piedra angular de la rebelión

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Todos mentían.

Todos mintieron sobre algo alguna vez en sus vidas.

Las personas normales mentían sobre cosas pequeñas e insignificantes como si comieron el último pedazo de pastel u olvidaron cerrar la puerta.

Yo también lo hice. Mentí cada día de mi vida. Pero nunca mentí sobre quién era. Yo era Kaysa Rose Aaline, heredera del clan Aaline, la segunda hija de Albert James Aaline y Eleanor Stewart, y la hermana de William Andrea Aaline. O lo fui hasta dos días atrás.

Ya no sabía quién era.

Después de que William pulverizara el último lazo que me quedaba y la única verdad en la que confiaba, todo perdió sentido. De verdad. Pasamos horas creando escenarios ficticios y tramas engañosas. Nos planteamos cada remota posibilidad. Pensamos en accidentes, mezclas de bebés, adopciones secretas. La única que tenía sentido era muy simple. Uno de nosotros no pertenecía al clan Aaline, no de sangre.

William quería creer que era él debido a su reyerta con nuestro padre, sin embargo, yo sabía que no podía ser cierto. Mis padres lo adoraron cuando estaba vivo y estuvieron orgullosos cuando creyeron que él asumiría el cargo de líder del clan. No conmigo. Yo siempre fui el error, la imperfecta, la hija que nunca sería suficiente, la cosa que preferirían ignorar y cambiar por completo.

Una parte de mí quería imaginar que en sus cabezas existía una razón para todo el desdén y el maltrato. No me consideraban su hija, sino el plan contingencia, algo que no querían usar, pero conservaban por las dudas, aquello que usarían si todo salía mal y su primogénito fallecía.

El cuento de terror que me conté tenía más sentido que todo lo demás. El plan, la lucha, y todos los años que sufrí para complacer a mis padres y ser lo que ellos querían. Todo se murió. Sentí que era como una de esas personas que enterraban y les ponían una lápida sin nombre.

¿Quién era si no era una Aaline?

Toda mi vida giró en torno a mi apellido. Mi entrenamiento, mis relaciones, mis deseos. Cada cosa que alguna vez hice se basó en eso. Ya no sabía qué hacer. Mi existencia, mi lugar en el mundo, y todo a lo que creí que tenía derecho se había esfumado con un análisis que hicimos dos veces para verificar que era cierto. Pese a que me negué a aceptar que era verdad, las pruebas lo corroboraron una y otra vez.

No había nadie. No poseía ningún vínculo inquebrantable con nadie. A pesar de que sabía que no podía confiar en ellos, siempre confié en el hecho de que éramos familia. Fue un engaño, otro más. No me habría importado ser adoptada, sería su hija porque me eligieron, no obstante, no fue así. Si hubieran sido honestos y nos habrían dicho lo que ocurrió, lo entendería y estaba segura de que William también. No lo hicieron. Se comportaron como los hipócritas que eran. Ocultaron la verdad. Mintieron. Ahora nosotros lidiamos con horribles consecuencias, preguntas sin respuestas, y dolor.

Todo lo que alguna vez quise fue ser amada y aceptada. Pensé que, si trabajaba duro, lo lograría. Haría que me quisieran o al menos me respetaran. Pero no sería así. Nunca tuve ni una oportunidad, no contra la reputación que tanto protegían.

Fue duro. Aun cuando fui traicionada un millón de veces, creí que el mundo ya me había lanzado la última bomba. Me equivoqué. Me quedé sin miembros para que me amputaran. Sin familia, sin amigos, sin parejas, sin pueblo, sin mascota. Nada. El universo gastó y me quitó el último recurso que me ligaba a la humanidad. Era un hilo delgado y frágil como un cabello y lo cortaron igual que las tres Moiras.

¿Cuál era mi propósito?

¿Qué me quedaba?

¿Quién demonios era?

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