7. Bajo tierra

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Quería desaparecer, así que terminé yendo al único sitio que era más o menos seguro: mi dormitorio. Enfrenté lo inevitable con las manos en los bolsillos y el corazón en la boca. A pesar de que era muy buena peleando, odiaba las confrontaciones y tuve una en cuanto abrí la puerta.

―¡Toca la puerta primero! ―soltó Clara, entrando en pánico y poniéndose de vuelta la bata con pequeños puntos del color de las zanahorias, antes de darse cuenta de que era yo.

Me mostré con desdén en contraste con su actitud naturalmente animada.

―¿Por qué haría eso? Es mi cuarto.

Ella rio con nerviosismo y descansó un brazo en la estructura de la cama de arriba para lucir relajada.

―Lo siento. Habías tardado tanto que creí que no volverías a dormir esta noche.

Cerré la puerta y analicé el panorama. Ropa en el colchón de abajo. Suéter gris. Jeans claros. Botas con tacón alto. Piernas expuestas de la rodilla para abajo. Pelo húmedo y suelto. Aretes colgando de sus orejas. Clara acababa de salir de la ducha y debía vestirse, lo que no colaboraba a liberar la presión tras nuestra discusión sin resolver.

―Duermo donde está mi cama y mi cama está unida a la tuya, así que, estoy aquí.

―Lo sé, así es cómo funcionan las literas.

No obtuvo nada de mi parte.

―Permiso.

La chica apretó los labios mientras yo pasaba a su lado para dirigirme a nuestro armario.

―Por supuesto.

Le di la espalda.

Como estábamos cerca del día de lavado, solamente quedaban pocas prendas disponibles.

―¿Dónde está mi top? ―pregunté, frunciendo el ceño, giré el cuello y vi a Clara―. ¡Ahí está!

El top que planeaba usar estaba escondido debajo del suéter que ella escogió. Un problema que venía con compartir la ropa era que no siempre podrías usar lo que querías. Pero era su ropa; no podía quejarme.

Clara renunció a la prenda como si fuera una bandera blanca de la paz.

―¿Lo quieres?

Busqué excusas. Nada se me vino a la cabeza.

―No, se ve mejor en ti.

―No lo tengo puesto ―bufó ella en un tono que sugería que era un chiste.

―Sabes a lo que me refiero.

Cuánto más molesta me iba poniendo yo, ella intentaba reparar las cosas con más fuerza. Era enervante.

―Vivimos juntas en este pequeño cuadrado. Te lo dije el primer día, el día en que te mudaste. Lo mío es tuyo y viceversa. Funciona de ese modo.

Exploté igual que una bomba sensible al tacto.

―¡No quiero el top, Clara! No quiero hablar. No quiero nada.

Su alegría se desvaneció y se transformó en una mezcla entre tristeza y decepción. A continuación, se dio vuelta para acomodar sus cosas. Fue su turno de ignorarme.

El día había sido muy largo. Yo quería descansar, nada más, y la situación no ayudaba.

Regresé a mi búsqueda. Además de la ropa interior, agarré la camisa blanca, los pantalones oscuros, la chaqueta de cuero que casi nunca utilizábamos, y unas zapatillas simples. Dejé todo listo en un rincón, marcando mi territorio, y preparé mi bolso con toallas limpias y elementos de higiene personal para ir a ducharme. Necesitaba un buen baño con desesperación.

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